The Sleepwalkers, Christopher Clark

How Europe went to war in 1914

Europa se encontraba en paz aquel domingo 28 de junio de 1914, cuando el archiduque Francisco Fernando y su esposa Sofía Chotek cayeron en Sarajevo bajo las balas de Gavrilo Princip, un joven nacionalista y revolucionario serbobosnio. Poco más de un mes después todo el continente se encontraba en una guerra que movilizó a 65 millones de hombres y dejó 21 millones de muertos y heridos, es decir, un tercio de los participantes, una masacre sin precedentes en la historia de los conflictos humanos. La guerra trajo tempestades impredecibles: dos imperios europeos se hundieron, una revolución estalló en el seno de uno de ellos, Estados Unidos intervino para decidir la contienda en medio del agotamiento suicida de las naciones europeas y ya no volvió a marcharse, dictando desde entonces buena parte de la historia del Viejo Continente, ante la mirada atónita de los que habían sido señores del mundo. Las heridas causadas por la matanza no se cerraron en 1918, tras la firma de la paz, sino que continuaron abiertas a lo largo de veinte años hasta el estallido en 1939 de otra guerra aún más devastadora y criminal, provocada por las presuntas víctimas de la primera, la derecha alemana. La Gran Guerra fue, pues, el acontecimiento seminal de ese siglo de las catástrofes y las ilusiones (en el amplio sentido del término) que fue el XX, nuestro siglo por más que le saliera un palito cibernético después hasta convertirse en el XXI.

El debate sobre lo que sucedió en esos treinta días después del atentado de Sarajevo ha sido y seguirá siendo motivo de una de las controversias históricas más apasionantes de los tiempos modernos. Pocos momentos históricos poseen la intensidad, los personajes, la sofisticación y el atractivo de la crisis de julio de 1914, que, como indica Christopher Clark es considerada todavía la crisis política par excellence. El historiador que decide estudiar el periodo se enfrentará a una extraordinaria montaña de documentos oficiales, publicaciones y obras posteriores (alrededor de 25.000), que van desde sesudos estudios de algunos de los mejores historiadores de nuestra época hasta pura y simple propaganda justificativa. Como ejemplo, ahí están los 27 volúmenes de la historia alemana Die Grosse Politik, con 15.889 documentos organizados en 300 ítems, inabarcable para cualquier persona (la historia siempre ha sido un trabajo de equipos, por lo menos desde el siglo XIX, cuando se sientan las bases de la disciplina). Este monumento no estaba pensado para ser “estudiado”, sino simplemente para rebatir la teoría, ratificada por las conclusiones del Tratado de Versalles de 1918, de la culpabilidad de Alemania en el inicio de la guerra. Otro tanto puede decirse (aunque en el sentido inverso: “nosotros pasábamos por allí”) de los documentos de las otras potencias que combatieron en la guerra. Los austriacos, por ejemplo, mutilaron determinadas partes de los diarios de algunos de los principales protagonistas de los hechos. Como indica David Fromkin en su no menos interesante The last European Summer, faltan páginas del diario del conde Leopold von Berchtold, Ministo de AAEE austro-húngaro… las correspondientes a los días clave de la crisis de julio de 1914. ¿Dónde están? Lo ignoramos. Igual ocurre con las páginas del diario de la sección de inteligencia del Ministerio de Berchtold correspondientes a las mismas fechas (¿casualidad?) y etcétera, etcétera. El exceso de celo de algunos funcionarios es extraordinario. De igual forma, los diarios de, presidente de la República francesa, Raymond Poincaré (pueden consultarse, manuscritos, en la genial página de la Biblioteca Nacional de Francia, gallica.fr) dicen otra cosa bien diferente de la versión pulida, planchada y almidonada de sus memorias de la guerra acerca de uno de los momentos clave de la crisis: el viaje de Poincaré a San Petersburgo, su encuentro con el zar Nicolás II y la intervención de Paleologue, embajador francés en Rusia, uno de los halcones pedantes más insoportables de una época que precisamente no iba escasa de ellos. Las declaraciones a posteriori de sir Edward Grey, uno de los actores decisivos de la crisis en su segundo periodo (a partir de la presentación del ultimátum austriaco a Serbia) son también de una extraordinaria ambigüedad. Estos son ejemplos que nos muestran que, de alguna forma, todos los documentos publicados y las omisiones son, en palabras del historiador militar alemán, Bernhard Schwertfeger, “municiones en una guerra mundial de documentos” que ha perdurado con mayor o menos intensidad hasta nuestros días.

Todo esto para el público español es un poco como hablar de los zigurats de Babilonia o del neoplatonismo en la Alejandría del siglo III después de Cristo. España no participó afortunadamente en la masacre y el interés por la guerra, con la excepción de un puñado de aficionados, es más bien anecdótico. La primera guerra mundial tiene sus mojones estéticos (trincheras, gases, Jünger), sus películas (en su mayor parte malísimas, y aquí incluyo el noventa por ciento de la tan manoseada “obra maestra” de Kubrick, y algunas extraordinarias, como las de Bertrand Tavernier) y sus obras de iniciación, como la ahora ya superada Los cañones de agosto, de la a veces cargante Barbara Tuchman.

Supongo por todo ello que el libro que reseño no será traducido jamás al español ni al catalán. En inglés existen dos ediciones, inglesa (Penguin) y estadounidense (Harper Collins) y me parece que ya hay edición de bolsillo de alguna de ellas.

Se pueden citar muchas virtudes en este libro, uno de los primeros títulos de una serie que seguramente aparecerá conforme se acerque el centenario del inicio de la guerra de 1914. El principal mérito del libro de Christopher Clark, historiador australiano, profesor en Cambridge, es narrar esta historia con extraordinaria habilidad y precisión, guiándonos a través de la montaña de testimonios, rumores, declaraciones, contradicciones y pistas que conforman la crisis de julio de 1914. “Este libro –explica Clark- intenta comprender la Crisis de Julio de 1914 como un acontecimiento moderno, el más complejo de nuestro tiempo. (…) Su intención es menos dilucidar porqué estalló la guerra que cómo estalló la guerra”. (…) ”La cuestión de cómo invita a mirar en detalle la secuencia de las interacciones que produjeron determinados resultados. Por contraste, la cuestión de porqué parece invitar a embarcarse en la búsqueda de remotas y categóricas causas: imperialismo, nacionalismo, armamentos, alianzas, altas fianzas, ideas de nacionalismo y chauvinismo, los mecanismos de la movilización. El porqué crea la sensación aparente de una mayor claridad, pero también tiene un efecto distorsionador, ya que crea la ilusión de un edificio de causas primeras; los factores se imponen sobre los acontecimientos; los actores políticos se convierten en meros ejecutores de fuerzas que ya estaban establecidas antes y sobre las que ellos no poseen ningún control”.

En definitiva, los hombres (los que participaron en el cómo) son responsables de sus actos, una tesis mucho más importante de lo que se cree cuando se analizan los hechos. Según la tesis opuesta, las “fuerzas externas” (el porqué) nos obligan a actuar de una forma determinada sin que nosotros podamos elegir. Lo contrario significaría que si yo mato a alguien no soy culpable de mis actos, fue la sociedad, las circunstancias económicas, sociales o mentales, o cualquier otra coordenada lejos de mi alcance, las que me indujeron a ello. Eichmann, por tanto, no sería responsable de sus actos (yo no creo en la famosa teoría de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt, que en cierta forma parece ratificar esta idea), como tampoco lo sería nadie en la cadena de mando nazi, desde Hitler hasta el que pegaba los tiros de gracia detrás de los crematorios. Todo queda diluido, desdibujado por la responsabilidad colectiva, en la que como por arte de magia, los individuos aparecen como meros fantasmas de decisiones abstractas. En ese mundo de fuerzas que superan a los hombres, solo puede haber víctimas, nunca responsables. Y a las víctimas, ya se sabe, como mucho les queda estar agradecidas. ¿Les suena?

Postdata: hace cien años justo, a comienzos de junio de 1913, el canciller alemán Theodor Bethmann-Hollweg escribió: “El futuro se presenta oscuro”.

Saludos y buenas lecturas.

  • File Size: 2317 KB
  • Print Length: 746 pages
  • Page Numbers Source ISBN: 071399942X
  • Publisher: Harper (March 19, 2013)
  • Sold by: Amazon Digital Services, Inc.
  • Language: English
  • ASIN: B008B1BL4E

18 comentarios en “The Sleepwalkers, Christopher Clark

  1. Magnífica reseña, Leiva. Dan ganas de hacerse rápidamente con el libro y devorarlo.Siempre me ha interesado ése «cómo» en concreto, y el libro de Tuchman me dejó con ganas de más.
    Tal y como dices, se acerca el centenario del comienzo de la guerra, y considerando que las editoriales suelen estar al quite de estas efemérides, espero tengamos libros nuevos sobre el tema, y por dios, que sean interesantes como este de Clark, y bien traducidos…

  2. Reseña leída con gran placer.

    Yo creo que lo inextricable del asunto ayuda a que cada año aparezcan nuevos trabajos de gente que se ha dejado la vista y la salud en buscar explicaciones, a Dios gracias. Según me parece observar en tu reseña, el planteamiento del autor es una revuelta metodológica. ¿Dónde queda el enfoque marxista del estudio de la historia? A mí me convence. ¡Y por supuesto que no es suficiente para explicarlo todo! En fin, creo que me entendéis.

    ”La cuestión de cómo invita a mirar en detalle la secuencia de las interacciones que produjeron determinados resultados. Por contraste, la cuestión de porqué parece invitar a embarcarse en la búsqueda de remotas y categóricas causas: imperialismo, nacionalismo, armamentos, alianzas, altas fianzas, ideas de nacionalismo y chauvinismo, los mecanismos de la movilización. El porqué crea la sensación aparente de una mayor claridad, pero también tiene un efecto distorsionador, ya que crea la ilusión de un edificio de causas primeras;»

    Esta disputa entre el cómo y el porqué es como hablar de Madrid y Barsa. «El porqué crea la sensación aparente de una mayor claridad, pero distorsiona». Y, en opinión de un humilde aficionado, ¿acaso el «cómo» no busca el «porqué»?

    Antesdeayer empecé un librito de Andreas Hillgruber,autor al que profeso cierto respeto. El libro en cuestión es «Germany and the Two World Wars». El libro comienza heavy-metal con esta frase de Max Weber:

    «Tenemos que entender que la unificación de Alemania fue una broma de adolescente llevada a cabo por una nación a su vejez, una unificación que dados los costes que tuvo, hubiera sido mejor dejarla sin hacer si eso hubiese significado el fin, y no el punto de partida de una política alemana de Potencia Mundial (World Power).»

    Me gustaría saber qué opinaría el señor Clark sobre esta frase, y los aquí presentes, por supuesto.

    Gracias, Leiva.

  3. Hola a todos. hacía milenios que no escribía una reseña, por cuestiones varias (ninguna mala, tranquilos).
    No sé si traducirán el libro. Soy pesimista en ese sentido. Aquí tira más la trinchera y el casco prusiano que el análisis diplomático. Y luego sale la reseña y hay un montón de gente que quiere leer libro de este estilo, que por lo demás está muy bien escrito. Ya veremos. Pero bueno, Tusquets ha publicado los Diarios de la PGM de Jünger y en bolsillo sale (también de Tusquets) Tempestades de acero. Así que cruzar los dedos.
    Aprovecho ahora y que no se me pase para recomendar Mi siglo, de Günther Grass. Libro delicioso y genial.
    Volviendo al libro de Clark. La pregunta del «cómo» y el «porqué», efectivamente, es densa. El autor toma la vereda del «cómo» y no del «porqué», tal como se explica en la reseña, y precisamente para huir de alguna forma de los mecanismos causa-efecto del análisis marxista y braudeliano. Ahora bien, ¿es el “cómo” una manera de preguntarse también sobre el “porqué”? Bueno, tal como explica el autor, el porqué parece más clarificador pero crea la sensación, de alguna forma, de que la guerra era ineludible. Que se hiciera lo que se hiciera, la guerra habría estallado. Ahora bien, sólo por poner un ejemplo: supongamos que el SPD alemán no hubiera apoyado la guerra, y que los socialistas franceses, incluso después de la muerte de jaurés, no se hubieran avenido a entrar en la Unión Sagrada (ay, estos son dos ejemplos). No sé si esto hubiera detenido la guerra, pero si sé que las cosas hubieran sido completamente diferentes, de la misma forma que Rusia no fue la misma en 1918. Es precisamente lo fascinante de este momento: estamos a las puertas de nuestra historia y todo está por decidir. Y dependía de personas (del “cómo”) y no de los “porqués”, de las viejas deudas con el pasado. Por eso me extiendo tanto en la última parte de la reseña en intentar trazar determinados paralelismos con la situación actual, una de las más terribles que ha atravesado nuestro país.
    En cuanto a la cita de Weber que aparece en el libro de Hillgruber, creo que descontextualiza la dinámica nacional que vivía en ese momento Europa. La anomalía era una región polarizada en pequeños estados “románticos”, deudores de la Confederación del Rin. Quizás de no haberse unificado Alemania, entonces su “núcleo duro”, Prusia, se habría visto obligada a luchar por su propia supervivencia igualmente, frente a Austria-Hungría o Rusia. De hecho eso era lo que los alemanes creían en ambas guerras mundiales, que luchaban por su supervivencia.

  4. «Y dependía de personas (del “cómo”) y no de los “porqués”, de las viejas deudas con el pasado.» Perdona que insista sobre este punto, Leiva, pero esa cita es clave: ¿Acaso hubiera sido posible que esas personas tuvieran una mente aséptica no corrompida por los vicios o veleidades del contexto histórico en el que les tocó vivir o no tocadas por las virtudes de la época? Por supuesto no es que piense que el conflicto fuese ineludible. Pero, excepto las causas naturales, yo veo que «todo depende de las personas» (que viven en un contexto).

    Con respecto a lo que dices de Europa y la cita de Weber, ahora sí echas mano del contexto (de lleno) y dejas a las personas en segundo plano. Y cierto es que tienes mucha razón en lo que dices sobre el contexto. Pero precisamente ahí es adonde voy con el párrafo anterior.

    Y una cosa es «supervivencia» de Prusia, y otra cosa es «World Power». Quizás sin la pujante Baviera, por decir el primer ejemplo que se me ocurre, Prusia no podía aspirar a esa dominación mundial que creyó y estuvo tan convencida de que podía agarrar.

    Un placer parlamentar.

  5. Para mí también es un placer hablar de estas cosas contigo, Isidoro. Ahora me voy a la piscina (a la municipal, no soy un potentado). Te dejo solo con una idea de Nietzsche: «Podemos soportar el cómo de lo que sea, con tal de que sepamos el porqué». Luego seguimos.

  6. El libro mas provechoso que he leído nunca sobre los orígenes de la PGM siempre me ha parecido el de Barbara Tuchman que tanto hizo reflexionar a Kennedy en la «crisis de los misiles de Cuba». Sin entrar en cuestiones metafísicas del como o el porqué (causa material, formal, eficiente y final en Aristóteles) el libro de Tuchman muestra como la aplicación automática de las alianzas entre las potencias europeas llevó desde una cuestión local, el magnicidio de Sarajevo, hasta una guerra intercontinental.
    Para mí la PGM es una mezcla cruel entre ambición/codicia e inocencia. Alemania quería participar del pastel colonial al igual que habían participado Francia o Inglaterra a lo largo del XIX; su potencia industrial y su narcisismo nacionalista así lo exigían. Esta motivación junto a la inocencia de pensar que una guerra sería como la guerra franco-prusiana o la de Crimea de extensa en el tiempo y de una capacidad de destrucción limitada a los profesionales hizo que la gente se lanzara a esta guerra pensando que en Navidad estarían otra vez en casa con algunos «miles» de muertos como mucho.
    La PGM es una guerra caracterizada por enfrentar a imperios coloniales industrializados avanzados lo que llevó a una guerra extensa en el tiempo y en el espacio así como a una guerra devastadora debido a la potencia industrial de los armamentos empleados y unas tácticas obsoletas que aún vivía de las ineficientes armas de chispa de la época napoleónica.
    Para los que gustan del ambiente prebélico ha salido ahora un libro, exito de ventas en Alemania, que describe de manera sugerente el mundo cultural de 1913 en el terreno de la literatura, el arte, la escena o la filosofía. («1913» de Florian Ilies, editorial Salamandra)

  7. Claro, es imposible que un ser humano actúe aislado del momento en el que vive. Pero eso no significa que no pueda ir más allá de lo que se da como verdad general en ese momento. Para bien y para mal. Pensemos en Hitler o Stalin, dos bárbaros que fueron más allá de lo que se esperaba en la década de 1930 (y de lo que se esperaría en cualquier época, a decir verdad). Por decirlo así, cogieron a la historia por sorpresa.
    Dicho esto, ya ves que estamos más o menos de acuerdo en todo. Como siempre ocurre, es la terminología la que nos confunde. Eso se arregla tomando unas copas.
    Sigo. Cualquier persona puede hacer cosas que cambian otras pequeñas cosas. No digamos entonces los que están en puestos donde se toman decisiones clave. Los que tomaron las decisiones en julio de 1914 tenían poder para hacer «otra cosa» que la que hicieron. Naturalmente, eso es más fácil de decir que de hacer. Pero puede pasar. Una situación explosiva como la de la crisis de Agadir en 1911 no llevó a la guerra, por ejemplo.
    En el último tramo de la crisis de julio de 1914, tanto Guillermo II como Nicolás II, que eran primos, podían haber detenido la escalada. Habría bastado un aviso de los alemanes a los austriacos dejándoles bien claro que no les apoyarían en su ataque contra Serbia para que Europa se hubiera ahorrado 20 millones de muertos. Si Nicolás II no hubiera escuchado a Sazonov y al embajador francés, Paléologue (amigo personal de Poincaré, por cierto, y un tipo pedante hasta decir basta), también se habría evitado la catástrofe.
    No es que el autor de este libro no de importancia al contexto, naturalmente, sino que da más a la situación concreta de la crisis. Hay que tener en cuenta además que la crisis fue protagonizada por pequeños grupos de funcionarios, muy reducidos, aislados (no había tele, ni twitter, ni facebook): de ahí el título del libro (“Los sonámbulos”). Prácticamente hasta la segunda mitad de julio de 1914, casi un mes después del asesinato de Sarajevo, nadie fuera de ese círculo restringido tenía las más mínima idea de lo que estaba pasando.
    Lo mismo puede aplicarse a la segunda parte, a lo de Weber, Hillgruber y Alemania. Las decisiones fueron tomadas por estadistas como Bismarck. Creo que son las personas (con los condicionantes de su época, pero no solo con ellos) y no los sistemas los que hacen la Historia. Por decirlo de otro modo, el contexto es muy importante, pero no lo es todo.
    Sobre el comienzo de la PGM continúan planeando algunos mitos que se repiten una y otra vez. Por ejemplo, que nadie había previsto que la guerra sería larga. No es completamente cierto, como tampoco lo es la oleada de entusiasmo que sacudió a los jóvenes de Europa entera cuando fueron a la guerra, una idea que la prensa conservadora alentó… como había alentado tantas cosas. Fijaros que digo no es completamente cierto. Como decía Lukacs, en matemáticas 1 + 1 son 2, en historia es algo sensiblemente diferente de 2.
    Si uno lee las memorias de Spears, que era el enlace británico con el V Ejército francés en 1914, la opinión general que allí aparece es que la guerra iba a ser una matanza inmensa, larga y estúpida. Kitchener, Churchill, French, Joffre, Moltke, etcétera, sabían que la guerra sería larga, cruel y destructiva, a menos que un golpe decisivo la resolviera en poco tiempo, que era básicamente lo que decían sus planes, que tampoco eran tan concluyentes como parece indicar una etiqueta como la de “Plan Schlieffen”. Las guerras precedentes, por ejemplo la ruso-japonesa de 1904-1905, habían sido espantosas carnicerías. Una anécdota curiosa es que en el equipo de observadores militares británicos que estuvieron con los japoneses (Gran Bretaña incluso ayudó a Japón interceptando cables secretos rusos), se encontraba Ian Hamilton, el desafortunado comandante en jefe en Gallipoli.

  8. “Podemos soportar el cómo de lo que sea, con tal de que sepamos el porqué”. Esa píldora nietzscheana me gustó. Pues sí, estamos de acuerdo.

    Viçent, a mí sin embargo no me gustó tanto «Los cañones de Agosto». El estilo bien, la intención, también, pero muy tendencioso. Disfruté mucho más con «La Torre del Orgullo».
    «1913» lo voy a comprar en cuanto lo vea. Ya he leído comentarios favorables. Veremos.

  9. Sí, en realidad fueron cuatro, aunque la disolución sólo afectó a dos imperios: Rusia y Austria-Hungría. Alemania, aunque se llamara Imperio, era una federación de estados, monarquías, etcétera, bajo el cetro de un káiser. En cuanto al Imperio Otomano, ya estaba «enfermo» mucho antes. De hecho, la pérdida de su espacio balcánico deja un vacío dramático que alimenta las tensiones en la zona en 1908-1914 y a posteriori. Saludos

  10. Y la desaparición del Imperio Turco con la subsecuente partición del mismo entre Francia e Inglaterra hará que surjan las naciones árabes y los conflictos entre éstos y el estado hebreo. Con el imperio turco, nunca hubo un problema con los judíos aunque sí con los kurdos. Los primeros consiguieron crear un estado y los segundos no.

  11. Leyendo la mastodóntica obra «Las Cruzadas» del genial e irrepetible Sir Steven Runciman descubrí que los judíos preferían vivir bajo el dominio musulmán que bajo el dominio de los reinos cristianos asentados en Tierra Santa tras las Cruzadas. Curiosamente, la fragmentación y atomización de comunidades religiosas y étnicas (cristianos, judíos, musulmanes, armenios) que intentan dominar los Santos Lugares anticipa algunas de las fraticidas luchas de las que hemos sido testigos en el siglo XX y XXI(Líbano, Siria, Palestina.)

  12. Por ahí me piden que compare este libro con 1914 de Margaret McMillan, pero creo que Viçent ha dicho que lo reseñaría él, de manera que me espero a que salga la reseña y entonces establecemos un diálogo .

  13. Es un libro fantástico, que elimina muchos lugares comunes mantenidos por el bando vencedor en la contienda 1914-1918. A ello se suma que el autor es anglosajón de Oceanía.

  14. Pingback: Leído: ‘The Sleepwalkers’, de Christoper Clark. | Afectos Dispersos

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