Reportajes de Historia – La batalla de Muret, Sebastián Roa

Estrenamos esta nueva sección de artículos y reportajes de historia con un documento que nos aporta nuestro amigo el escritor Sebastián Roa sobre la batalla de Muret. Sebastián Roa ha escrito Casus Belli y El Caballero del Alba, ambas reseñadas en Novilis, esperamos que lo disfrutéis y a todos los interesados que participéis.

La batalla de Muret enfrentó a las fuerzas cruzadas de Simón de Montfort con las tropas aragonesas, catalanas y occitanas de Pedro II de Aragón. Directamente relacionada con la cruzada albigense, esta batalla encierra sin embargo la ambición francesa hacia las ricas tierras occitanas que rendían vasallaje a la Corona de Aragón. Es sin duda uno de los enfrentamientos más decisivos de la Historia de España.

Campo de Muret, 13 de septiembre de 1213. Al alba.

Simón de Montfort, vizconde de Beziers y Carcasona, examina desde la torre más alta del castillo de Muret los dos cuerpos de caballería que forman en el prado. Con ojos avezados y mente rápida calcula que la vanguardia de sus enemigos agrupa algo menos del millar de caballeros, mientras que la retaguardia, un poco más allá, apenas sobrepasa los quinientos hombres. Algo en ese segundo cuerpo que se dibuja contra la luz del sol naciente llama la atención del vizconde: un enorme estandarte con las barras grana y oro de la Corona de Aragón.

Simón de Montfort, que ronda la cincuentena, es un noble francés de segunda fila enriquecido por la cruzada albigense. De radicales convicciones religiosas, ha acudido a luchar por la cruz en la Cuarta Cruzada sólo para encontrar que los príncipes occidentales se venden al mejor postor, no importándoles lo más mínimo la defensa de la Cristiandad. Tan necesitado de desahogo para sus inquietudes religiosas como de feudos que gobernar, su pericia, su habilidad y su crueldad han sobresalido pronto entre las tropas que Felipe II Augusto, Rey de Francia, ha enviado desde el norte para aplastar la herejía cátara. Un sinfín de cadáveres ahorcados, abrasados y acuchillados marcan la senda de Montfort, que no se detiene ante nada.

Frente a él, el hombre al que debe rendir teórico vasallaje por los feudos que Montfort ha ganado en Occitania. Pedro II, Rey de Aragón, es a sus 39 años un guerrero muy alto y fuerte, de gran atractivo físico e incuestionable valentía. Imbuido de los valores caballerescos heredados de su padre, Alfonso El Trovador, y de los votos católicos marcados tradicionalmente por la Casa de Aragón, Pedro II está henchido de orgullo. Apenas hace un año que acudió con lo mejor de su caballería a asistir a su amigo, el Rey de Castilla, para derrotar al Miramamolín en la mayor y más importante batalla de la Reconquista Española: Las Navas de Tolosa.

Pedro de Aragón no es un rey estratega. Gusta de cabalgar con la lanza en ristre y cargar contra las filas enemigas, y de hecho resultó herido en la decisiva batalla del año anterior. Por si fuera poco, los cantares que se componen en todo el Languedoc hablan de él como de un auténtico héroe de novela. Un Perceval presto a batirse con cualquiera, fiel o infiel, y dispuesto también en solazarse en el tálamo de toda dama desde las frías tierras de Teruel a los ricos viñedos provenzales. Hace poco que ha regresado al Languedoc, decidido por fin a ignorar al Papa y a defender a sus vasallos occitanos. Por fin, el Rey de Aragón va a luchar por sus posesiones transpirenaicas.

El día anterior el rey Pedro ha convocado consejo en su campamento, plantado a unas leguas de la villa y fortaleza de Muret, en la confluencia de los ríos Garona y Louge. En esa reunión, el sabio y sufrido conde Raimundo de Tolosa, cuñado del Rey, ha mostrado su optimismo al conocer la gran superioridad numérica de las tropas aragonesas y occitanas. Por ello, sabedor del riesgo que supone enfrentarse a la caballería pesada francesa en campo abierto, ha propuesto fortificar el campamento y oponer a Montfort las fuerzas de lanceros y ballesteros que nutren los ejércitos del Rey.

Este, eufórico, ha mostrado su desdén ante semejante propuesta. Los requerimientos estratégicos están de más entre caballeros cristianos. Lo propio es luchar cara a cara, lanza contra lanza, y que cada cual demuestre en el campo del honor quién es más digno de la victoria.

Las protestas del conde Raimundo, secundadas por el de Comminges, han sido rechazadas por el consejo. El noble aragonés Miguel de Luesia se ha permitido incluso ofender al buen conde acusándole de haber perdido sus ricas posesiones por conducirse como un cobarde. Enojados tal vez, o quizá descartados por el propio Rey, tanto las fuerzas montadas de Tolosa como las de Comminges han sido destinadas a integrar la reserva del ejército aragonés que debe luchar al día siguiente. Es una reserva nominal, acaso ni eso: es un mero plantel de espectadores.

Así pues, por decisión real, sólo dos cuerpos, ambos de caballería exclusivamente, han de formar para esperar la lid con los galos.

Pero volvamos con Montfort a la mañana del día 13.

El Sol se alza ya en el cielo de Occitania, y la humedad del Garona extiende nubes de mosquitos por el prado en el que se han desplegado las fuerzas aragonesas. Es el final del verano, y la mañana viene calentita. Y aún subirá más la temperatura. Montfort casi puede imaginar cómo los caballeros aragoneses se tuestan bajo sus gambesones y lorigas, sintiendo caer los goterones de sudor bajo sus yelmos relucientes y adormeciéndose sus brazos por el peso de las lanzas y los escudos.

Montfort mira atrás, al interior de la fortaleza de Muret. Sólo cuenta con novecientos caballeros y hombres de armas, pero son los mejores. La Quarantine ha terminado, y la mayor parte de los cruzados han regresado a sus tierras, agotados ya los cuarenta días de servicio obligatorio al auxilio de las huestes papales. Sólo quedan los más motivados, los más devotos…, los más fanáticos. Todos ellos disponen de destriers, los fuertes caballos de batalla capaces de soportar el peso de los jinetes acorazados y de llevarlos a la carga para desbaratar las filas del enemigo. Son hombres curtidos en el combate y, sobre todo, en la masacre. Hace cuatro años que recorren el Languedoc arrasando ciudades y alimentando hogueras. Muchos de ellos, además, acompañaron al arzobispo de Narbona a la propia campaña de Las Navas de Tolosa, donde demostraron su valía y su extrema crueldad en el rápido y execrable asalto de la villa de Malagón.

Montfort examina después sus tropas de a pie y suspira con tristeza: Apenas unos pocos hombres, incapaces de plantar batalla a la numerosa hueste de la coalición aragonesa.

Mientras tanto, por cierto, una parte de la infantería tolosana ha comenzado el asedio de Muret. Disponen de trabucos, poderosas máquinas de guerra que atronan las murallas  de la villa sitiada. La cosa está bien clara: Pedro II está provocando a Simón de Montfort. Conoce que este sólo dispone de caballería para intentar una salida, y quiere dejarle claro que Muret está condenada. Montfort alza la cabeza y se seca el sudor de la frente. Aún no.

«¿Aún no?», se preguntan los caballeros aragoneses. Les resulta extraño que los sitiados difieran tanto el choque. Llevan subidos a sus corceles toda la mañana; están asados de calor y sus espaldas se resienten por el peso de las cotas de malla. Muchos se despojan de sus yelmos y resoplan, secándose la frente con los faldones de las vestes coloreadas.

Los de la primera línea son los más numerosos, aunque también los más inexpertos. Las filas del conde de Foix han sido completadas con nobles de la Corona de Aragón, principalmente caballeros catalanes que se han introducido entre sus filas. Reina cierta descoordinación, pues no están acostumbrados a luchar juntos ni de la misma forma.

Efectivamente, los caballeros hispanos están hechos a vérselas con los infieles. Los sarracenos andalusíes y almohades son guerreros ligeros, que montan rápidos y resistentes corceles y usan técnicas de tornafuye. No cargan de frente: evitan el choque flanqueando al enemigo o absorbiéndolo para hostigarlo y rodearlo, fatigándolo para que la fuerza de la carga se diluya y poder así rematar a sus enemigos.

Por eso los caballeros aragoneses y catalanes llevan equipos más livianos que sus contrapartes franceses, ingleses y germanos. Es posible incluso que sus monturas carguen con menor peso de protección y que los caballos hispanos sean más ligeros que los de los caballeros de Montfort.

Esto lo intuyen los hombres de Foix, pues ya han visto luchar a los cruzados, y por eso echan la mirada atrás, nerviosos por hallarse en la vanguardia del ejército de Pedro II.

El Rey, tocado con las armas de Aragón, se encuentra en el segundo cuerpo aragonés. Es menos numeroso que el de Foix, pero en él forman los mejores caballeros de la Corona de Aragón. Nobles orgullosos y valientes como Miguel de Luesia, Aznar Pardo, García Romero o Rodrigo de Lizana acompañan a su monarca.

De repente, cuando ya el Sol ha alcanzado su cenit, un murmullo se extiende entre la tropa de Foix: La caballería cruzada ha salido de Muret y, siguiendo el camino de Salles, parece abandonar la villa río arriba y alejarse del campo de batalla.

Los franceses cabalgan en tres cuerpos homogéneos, cada uno de unos trescientos cruzados. El primer cuerpo, comandado por el propio Simón de Montfort, se pierde tras la arboleda. En él se encuentran los mejores hombres de la fuerza cruzada, destacando dos de ellos, los galos Florian de Ville y Alain de Roucy. Su líder les ha encargado una misión delicada, y ambos se han encomendado a Dios y al santo padre Inocencio III.

Suspiros de alivio recorren las filas de Foix al ver huir a los franceses, y la noticia llega hasta el segundo cuerpo aragonés, del que faltan algunos de los caballeros que, con licencia del Rey, se han llegado hasta el campamento para tomar un bocado.

De repente los cuerpos franceses segundo y tercero convierten su marcha de columna en sendas líneas y, uno tras otro, viran al norte y cruzan el Louge levantando cortinas de agua. Los hombres de Foix asisten asombrados a la maniobra: ahora, cuando ya se sentían liberados del peso de tener que combatir con la caballería pesada más temible del orbe, ven cómo dos líneas de trescientos hombres cada una cargan, lanza en ristre, con-tra ellos.

La vanguardia aragonesa no tiene tiempo de reaccionar. Algunos desertan directamente, otros alzan sus escudos en un vano intento por sobrevivir. Una de las alas de la formación resulta barrida por el choque del primer cuerpo francés, y el propio conde Raimond-Roger de Foix tira de las riendas para darse a la fuga, convencido de que todo va a perderse. Justo en ese instante el segundo cuerpo cruzado barre el resto de la línea de vanguardia aragonesa.

El campo se convierte en una debacle. Los caballeros galos rematan a los caídos con sus lanzas y se aprestan a recomponer su línea mientras los supervivientes, presas del pánico, huyen directamente hacia el cuerpo de Pedro II. Este, atónito, maldice mientras mete prisa a los caballeros que se demoran en regresar a la formación. Cuando quiere darse cuenta, los dos cuerpos franceses, ahora unidos en uno, han iniciado la segunda carga y, arrollando a los pobres desgraciados que buscaban la salvación, cargan contra el Rey.

Este grita la orden y espolea a su propio caballo. La arrancada de los caballeros aragoneses se ve frenada por la llegada de los despojos de la vanguardia, pero aún así se consigue oponer una torpe línea que comienza a ganar velocidad.

El encuentro es terrible. Los sonidos de los hierros entrechocando se mezclan con los lamentos de los heridos y los relinchos de los caballos. Las fuerzas están igualadas y, aunque los aragoneses han llevado la peor parte en el brutal encuentro, han conseguido diluir la lucha en una serie de combates singulares que se desarrollan por toda la línea. Es el momento de la habilidad. Las lanzas están rotas: que hablen las espadas.

Pero ¿qué ha ocurrido con el primer cuerpo, el de Simón de Montfort?

Montfort ha dado un amplio rodeo bordeando la arboleda, ha cruzado el Louge más al oeste y ahora, demorándose, acaba de entrar en el campo de batalla. Avanza al frente de su división, dibujando una parábola que le ha de llevar al flanco derecho aragonés. De Ville y Roucy, en el interior de la cuña franca, buscan con denuedo los colores de Aragón, se miran un momento, sonríen y asienten.

El cuerpo de Montfort entra como una daga en la línea aragonesa y la barre de derecha a izquierda. Los caballeros de Pedro II, que se están batiendo con valor, no ven venir al tercer contingente cruzado y caen sin saber qué les ha ocurrido. La cuña penetra clavando, tajando, aplastando… De pronto, un caballero cae alanceado por De Ville y Roucy. Es un aragonés alto y fuerte, y los colores sangre y oro relucen en su blasón. Los dos franceses gritan orgullosos: acaban de matar al Rey. Esa era su misión especial; esa era la clave del triunfo.

Pero no es cierto: El caballero abatido no es Pedro II. Después se dirá —y esta es sólo una de las anécdotas legendarias que rodean a esta batalla—, que el Rey de Aragón había intercambiado sus armas con un compañero, deseoso de poder batirse con el propio Montfort sin ser detenido. Es posible, sin embargo, que la combinación de colores confundiera al enemigo. Quizá fue Aznar Pardo, el mayordomo real, el caído; Sus blasones eran parecidos y el Rey y él debían hallase próximos. Quizá no fue así, y la confusión no existió.

En cualquier caso parece ser que el propio Pedro II, destacándose de entre su guardia, alza la voz y se yergue, imponente, sobre su caballo. «¡El Rey soy yo!», grita.

Es con toda probabilidad lo último que dice. Una lluvia de picas atraviesa al monarca y lo lleva a la muerte. El alarido desafiante de Pedro II se convierte en otro chillido de triunfo:

«Le roi es mort!»

El alcance es pavoroso. Los cruzados son demasiado pocos en cuerpo y demasiado fanáticos en pensamiento como para permitirse hacer prisioneros. La mortandad, que ya ha sido importante entre los jinetes aragoneses, es aplastante entre la infantería del difunto Pedro II. Muchos hombres, tratando de huir de la fiereza cruzada, se ahogan en el río Garona —aún siglos después continuará arrojando huesos a sus orillas en las crecidas otoñales—.

Las consecuencias para la Corona de Aragón fueron dramáticas: Toda la Occitania se perdió en la práctica, aunque no sería hasta el Tratado de Corbeil, en 1258, cuando se aceptaría por Aragón la incorporación a Francia de estas ricas tierras. Además, muerto el rey Pedro, la Corona permaneció durante años en un estado de franca anarquía. El pequeño príncipe Jaime —futuro Jaime I, El Conquistador— había quedado en poder de Simón de Montfort y tardaría años en empezar a controlar a sus nobles. Además este estado de conflicto degeneró en un recelo continuo hacia el Reino de Aragón, lo que determinó la preeminencia de los subsiguientes reyes hacia el Condado de Barcelona. Ello fue decisivo a la hora de configurar la existencia del Reino de Valencia o la auténtica talasocracia aragonesa que dominaría el Mediterráneo hacia el siglo XIV.

Este que hemos visto es sólo uno de los posibles desarrollos de la batalla. A falta de pruebas arqueológicas, hemos de fiarnos de lo que dicen los distintos cronistas, demasiado dados a fabular en uno u otro sentido según el noble para quien trabajen. Por ello cabe elucubrar acerca de multitud de aspectos de este evento. Sí parece claro que Simón de Montfort era un general superior a Pedro II tanto en el aspecto estratégico como en el táctico; también lo es que el Rey de Aragón tenía a priori las bazas ganadoras —y que por tanto, visto el resultado de la batalla, las desaprovechó—, y por último es evidente que esta batalla, única en su especie por tratarse de un combate puro de caballerías, decidió dramáticamente el futuro de la Corona de Aragón, o lo que es lo mismo, el futuro de España.

 

 

 

15 comentarios en “Reportajes de Historia – La batalla de Muret, Sebastián Roa

  1. Execelnte relato, me ha gustado mucho. Este mes pasado Ariel ha sacado un libro sobre Muret, estaba anunciado aquí en las novedades del mes. Crees que aportará algo nuevo? o se basará en esta misma teoría del relato?, está escrito por Martín Alvira que por el curriculum que presenta es un especialista en todo lo relativo a los reinos hispano-franceses de los siglos XI al XIII, habrá que tener en cuenta esta obra.

  2. Gracias, juanfran, y gracias a la página Novilis por su labor y por permitirme inaugurar esta sección.
    De hecho este relato (aderezado con una pizca de imaginación) está basado en las tesis de Alvira, que viene a ser algo así como el experto con mayúsculas en esta importante batalla. Aparte del propio Alvira, os animo a consultar el trabajo del profesor Enrique Villuendas, un enamorado de esta batalla, admirador del propio Alvira y vehículo de las enseñanzas de éste en cuanto a mi conocimiento de Muret.
    http://portalhistoria.com/archivos/articulos/batallademuret.html
    Alvira ha escrito varias cosas sobre Muret, y este nuevo libro suyo promete aportar una buena dosis de información. Lo que ya no sé es si variará algo con respecto a su famosa tesis, El jueves de Muret. Será cuestión de leérselo.
    Un saludo

  3. No ha habido excavaciones arquelológicas en la zona de la batalla?, no se pueden sacar más pruebas de las que hay para conocer más?. No hay ningún cronista de la época que haya dejado escrito lo ocurrido?, cuantas preguntas, no?.
    Lo que no entiendo es como cuando ven salir a Monfort no hacen nada y ni siquiera mandan a destacamentos a seguir al enemigo. Los romanos usaban la caballería como exploración y avanzadillas, aunque luego la usaban como fuerza de flanqueo en la batalla, con esto quiero decir, que me resulta muy dificil pensar que los aragoneses se quedasen mirando y no mandaran a nadie a seguir al enemigo, yo al menos lo hubiera hecho, en tiempos remotos se hacía.
    Saludos.

  4. Lo que hay es efectivamente una serie de crónicas (la de Guillermo de Tudela, la de Puylarens, la propia crónica de Jaime I…) y estudios sobre esas mismas crónicas. De todas formas la incertidumbre estriba en fijar cómo se desarrolló la batalla puntualmente, lo que no creo que pueda solucionarse precisamente con una excavación arqueológica. Además el sitio no está hoy en día en un estrato inferior. De hecho una excursión con el Google Earth te mostrará el lugar de Muret, e incluso podrás ver el trazado de las murallas, tanto las de la fortaleza como de las que rodeaban a la villa. Hay restos del puente sobre el Garona y se ve el Louge. Incluso hay nombres de calles que recuerdan la batalla…
    Pedro II perdió esta batalla por confiado. Tal vez demasiado ufano de su aureola de héroe ganada el año anterior en Las Navas. Seguramente tampoco esperaba que Montfort reaccionara así.
    Juan Carlos Losada, en su libro «Las batallas decisivas de la Historia de España», explica el resultado de la batalla mediante un interesante epígrafe titulado «Leyes de la confianza y la astucia».
    Pedro II tuvo la oportunidad de aprovechar su superioridad, pero despreció guiarse por requerimientos estratégicos y tal vez quiso avenirse demasiado a un código caballeresco que su rival estaba lejos de respetar. Además no hay que subestimar la valía como comandante de Simón de Montfort.
    Un saludo

  5. Una pena que un año después de las Navas sucediera esto. No supo sacar tajada de su éxito y subestimó al enemigo, graso error. La historia está plagada de ejemplos como estos, el pensar que se es superior y luego que se produzca una devacle.
    Al hilo de este reportaje, estoy leyendo ahora el libro recién publicado por Edhasa sobre Jaime I y me tiene totalmente enganchado. Hay muchas referencias como no podía ser de otra manera a Monfort y Muret.
    Un saludo y muchas gracias Sebastián por tú aportación.

  6. Excelente reportaje Sebastián, que lástima que el Rey Pedro no utilizará a sus ballesteros y lanceros para decantar una victoria casi segura . Una pregunta que quiero hacer,he leído en alguna pagina que el bando francés contaba con 900 caballeros y unos 700 peones, y el bando aragonés con unos 2200 caballeros y unos 25.000 peones. ¿ Es eso cierto ?. Si es así, no entiendo como se perdió la batalla, ¿ por la muerte de Pedro II se descompuso todo el ejército ?.
    Gracias Sebastián ( en breve empiezo tu libro El Caballero…, ya dejaré opinión).

  7. Desde luego si había esa desproporción de fuerzas la derrota es para enmarcarla, no he consultado nada, prefiero esperar a ver que opinan los expertos pero ojalá no haya existido ese desequilibrio por que entonces me es más dificil todavía comprender la derrota aragonesa. Ya no se circunscribe solo a una falta de toma de decisiones estratégicas y tácticas.

  8. Hola Luismi segun el enlace que ha dejado Sebastian en uno de sus primeros comentarios se confirma (segun escritos) que las tropas francesas contaban con unos 800 efectivos en total, y las tropas combinadas de Aragon y Occitania con unos 3000 caballeros, mas unos 20000 peones. ¡Alucinante! (aunque por esa época la caballeria pesada franca fuera la mejor del mundo, con tal numero de tropas lo mas sencillo es rodearlos y se acabó la batalla).

  9. Pues lamento deciros que la desproporción existía. El debate de cifras posiblemente no nos lleve a ninguna conclusión definitiva, pero sí es cierto que el ejército bajo mando de Pedro II era muy superior cuantitativamente, sobre todo en lo que a infantería se refiere. No era tampoco necesaria una gran fuerza de a pie, puesto que los infantes de Montfort eran escasísimos, pero yo he llegado a leer exageraciones que rozan lo absurdo.
    En el consejo de guerra previo, el conde Raimundo de Tolosa hizo ver que efectivamente lo juicioso era aprovechar esa diferencia en números, tanto en el caso de que Montfort intentara una salida como si se preveía continuar el cerco de Muret. Desgraciadamente Pedro II no fue capaz de aprovechar la ventaja, lo que no hace otra cosa sino hablarnos de la gran capacidad y valor de Simón de Montfort, al que pueden achacársele muchos defectos y vivir en una eterna lista negra en nuestra memoria, pero al que se le deben reconocer sus méritos como comandante y como guerrero.
    Existía entre los guerreros francos la idea de que un caballero valía lo mismo que diez infantes (esto, de ser cierto, les iba a costar lo suyo durante la guerra de los Cien Años), y la cosa tiene su lógica. Desbaratada la fuerza montada aragonesa con cierta facilidad y muerto su comandante en jefe, no debió ser muy difícil para los cruzados arrasar a las fuerzas de a pie (mayoritariamente occitanas)de Pedro II, que recordemos que ni siquiera se habían aprestado para la batalla y, con toda probabilidad, se limitaron a poner pies en polvorosa por el escenario de muerte, de confusión, de ausencia de estrategia previa, de desaparición de la cadena de mando y de años de terror ante las fuerzas cruzadas de Simón de Montfort.
    Se ha intentado disculpar de algún modo este enorme error de Pedro II ensalzando sus valores caballerescos (en teoría Montfort faltó al código usando una estratagema en lugar de buscar el enfrentamiento directo), o denostando su plan de dar caza al rey (algo que, aunque ahora nos pueda resultar extraño, iba también contra los usos caballerescos), e incluso hay una creencia muy extendida que nos habla de una pretendida orgía en el campamento occitano en la noche previa a la batalla, una enorme fiesta de alcohol y sexo en la que el rey participó desenfrenado, tanto que al día siguiente hubo que ayudarle a mantenerse en pie porque se caía mientras oía la misa de campaña…
    Mi general, espero que te guste la novela. En ella te encontrarás metido en esta importantísima batalla…
    Un saludo.

  10. Hoy he localizado el libro al que hacía referencia de Martín Alvira, Muret de la editorial Ariel. Lo he estado ojeando y tiene muy buena pinta, parece que hay mucha información, orden de batalla, composición de los ejércitos, las tácticas empleadas, armas, descripciones, etc.., pinta bien aunque de momento no lo compré.

  11. Leyendo el libro de Jaime I los autores comentan que hay una teoría en la que se afirma que la noche antes de la batalla hubo una gran bacanal y que al día siguiente el Rey de Aragón ni se sotenía en pie y lo tenían que ayudar a montar. Claro que esto ha de ser una «leyenda urbana» de la época imagino.

  12. El asunto de la orgía, como ya he dicho antes, es una de esas cosas que se narran y que bien podrían responder a la imaginación de la gente o a la necesidad de justificar ciertas cosas. Las narraciones de Las Navas, batalla sucedida un año antes, están repletas también de episodios extraños, como la aparición de un «oportuno» pastor que muestra al ejército cristiano el paso por Sierra Morena y que algunos identifican con san Isidro, o la presencia de un misterioso jinete blanco que dirige la carga arrasando a los moros. Este jinete aparecerá también en la conquista de Valencia por Jaime I. La concepción del propio rey Jaime, hijo de Pedro II, está roedada de un halo misterioso: la nobleza de la Corona urdió una trampa para que el rey se acostara con su esposa sin saberlo, y el pequeño se salvó de la muerte en su cuna en un episodio que recuerda a la infancia de Hércules.
    En fin, cronistas de una época pretérita demasiado dados a transcribir leyendas y tradiciones orales junto a los testimonios.
    Pintar a un Pedro II exhausto por la orgía puede responder, a bote pronto, a dos motivaciones:
    La primera tendería a justificar la derrota, como dije más arriba, presentándonos al comandante del ejército aragonés indispuesto e incapaza de llevar a sus tropas a la victoria a pesar de la superioridad con que contaba.
    La segunda tendería a justificar la ruptura del «diffidamentum», la quiebra de la tradición caballeresca protagonizada por Montfort a ordenar la muerte de un rey cristiano. La escena de la orgía nos presenta a Pedro II como un monarca indigno, irresponsable, pecador, plenamente caracterizado como el defensor de herejes con el que la propaganda cruzada trataba de identificarlo. Recordemos que la cruzada contra los albigenses, aunque escondía la ambición francesa hacia el Languedoc, estaba encaminada a desterrar una herejía. Las usurpaciones de Montfort, la excomunión papal del conde de Tolosa, la propia batalla contra el señor natural de aquellas tierras…
    Había que buscar justificaciones, ya digo.

  13. Enhorabuena por el detallado reportaje de una de las batallas más importantes y a la vez más desconocidas de nuestra edad media. Ya estoy impaciente por hacerme con las obras de Roa y Alvira… Desgraciadamente nunca sabremos lo que realmente sucedió, es decir, las causas últimas de la derrota de un ejército tan superior en número, pues las crónicas tanto de un bando como del otro no han dejado muchos detalles. No creo que sólamente se tratara de una impericia del rey Pedro, o de una superioridad tan importante de la caballería pesada de los cruzados… me da que algo más ocurrió y la historia nos lo ha ocultado..

  14. Pues hace apenas dos días que acabé con «Muret 1213» de Alvira y tengo que decir que es simplemente genial. De hecho he disfrutado más leyendo este tratado que con muchas novelas. Reconozco que es una batalla que me fascina y tal vez eso ayude, pero está claro que el trabajo que lleva a cuestas Alvira es monumental. Y no menos digna de ovación es su facilidad para transmitir los conocimientos, algo que se agradece viniendo de un tipo de la erudición y la capacidad de este especialista en Historia Medieval. En cada página he aprendido un montón de cosas nuevas y he corregido otras que tenía por ciertas.
    Repito: pocas veces está tan bien gastado el dinero que cuesta este trabajo. Lo recomiendo encarecidamente, y no sólo a quien se muestre interesado en esta parte de la Historia de Aragón y Cataluña, sino como medio para comprender esa extraña época que fue el final del siglo XII y principio del XIII.

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