La tumba de la nobleza francesa. Texto de Díaz Gavier, ilustraciones de Ángel García Pinto
Campo de batalla de Pavía. Son aproximadamente las 08:00 horas de la mañana del 24 de febrero de 1525, día de San Matías. Hace unos pocos minutos, la caballería francesa, al frente de la cual se encuentra el propio rey Francisco I, ha arrollado a los hombres de armas y genetes que, al mando de Charles de Lannoy, virrey de Nápoles, constituían la vanguardia del ejército imperial. Éste, que ya sabe lo que le espera a sus gentes, inferiores en número y calidad a los gendarmes de Francisco, se ha persignado antes de partir al combate: “Il n’y a plus d’espoir qu’en Dieu. Qu’on me suive et qu’on fasse comme moi”. El choque ha sido espantoso: “la masa francesa pesa mil toneladas más que ellos –escribe Jean Giono en Le désastre de Pavie– y además está animada por dentro por los mejores justadores del momento. El propio rey abate y mata a Sant’Angelo (Ferrante Castriota, capitán de los jinetes imperiales)”. La caballería imperial, nos cuenta Giono, es machacada, destrozada, desplazada quinientos metros detrás de su posición de partida. Algunos piqueros y arcabuceros que se encuentran en la ruta de carga de los franceses se dan a la fuga. Francisco I, ebrio de victoria, se dirige al mariscal de Foix, y (según Marino Sanudo, cronista veneciano, siempre bien informado) le dice: “Monsieur de Lescun, c’est maintenant que je suis vraiment duc de Milan”. La tropa francesa se detiene para que los caballos resoplen a gusto. Francisco cree que todo ha acabado, que ha ganado. La visibilidad es muy pobre todavía; la niebla puebla la zona. Al otro lado de la cortina lechosa, en el bosque que bordea el canal del Vernavola, los arcabuceros del marqués de Pescara se preparan para atacar de flanco a los franceses. Son las 08:00 horas de la mañana.
Veinte minutos después, minuto más minuto menos, Francisco I ha sido capturado por los españoles; no poseerá Milán jamás. Carlos V, que celebra su vigesimoquinto cumpleaños precisamente ese 24 de febrero, es dueño de Italia y recibirá a su rutilante y melancólico primo en Madrid semanas después. “Todo se ha perdido menos el honor”, escribe a su madre, la inteligente y ambiciosa Luisa de Saboya, pero Francisco no lo pasa mal en España: barba bien puesta en un siglo de barbas, encandila a las damas (de él es la famosa frase de “Una corte sin mujeres es como un jardín sin flores”, que en francés queda más resultón) y desespera a Carlos con sus evasivas y sus llamadas a la cortesía y al entendimiento entre príncipes. El Cesar Imperial le pide Borgoña; el Rey Cristianísimo se niega, pues Borgoña es parte de Francia. En fin, tal para cual. Francisco I será liberado al año siguiente, después de haber firmado un tratado que, naturalmente, no respetará (para seguir la tónica del momento, en que los tratados tenían la misma validez que las promesas de los vendedores de crecepelo en La casa de la pradera). para recuperar a sus hijos, tendrá que pagar a Carlos V tres toneladas y media de oro. Pero lo cierto es que, después del horrible saco de Roma y de la fallida expedición de 1528 a Nápoles, Francia tiene que renunciar definitivamente a sus aventuras italianas. Permanecerá así hasta el triste episodio de Mantua, cien años después.
La guerra entre España y Francia seguirá y seguirá, pero Pavía es una de esas batallas de las que se dice que representan un antes y un después. La editorial Almena le ha dedicado uno de sus pequeños volúmenes de “Guerreros y batallas”, escrito por el mismo autor de Bicocca 1522. Pavía 1525 fue publicado antes que el volumen de Bicocca, pero ambos tienen evidentes semejanzas: las fuerzas enfrentadas, las armas, las tácticas, los protagonistas (Pescara, Frundsberg)… y también la hábil prosa de Díaz Gavier, capaz de adaptarse al formato de la colección y separar el grano de la paja para contarnos las líneas generales de esta asombrosa batalla, desesperada en muchos sentidos, pues los capitanes imperiales se encontraban pocos días antes en la peligrosa encrucijada de dar combate a los franceses o ver cómo su ejército se deshacía por las deserciones y la falta de dinero; por su parte, Francisco I debía derrotar a los imperiales antes que su ejército se consuma en un asedio eterno a Pavía, detrás de cuyos muros se ha atrincherado Antonio de Leyva (repito que no es pariente mío). Así pues, el comandante imperial Francisco Fernando de Ávalos (marido de una de las mujeres más inteligentes de su época, Vittoria Colonna, poetisa, amiga de pintores y humanistas, temible jugadora de ajedrez), decide ir a batirse con el francés. Sus zapadores abren una brecha en el muro de ladrillo rojo del parque Visconteo…
Es Pavía una batalla sorpredente, batalla de innovación y de final de una época. El arcabucero español, detrás del cual asoma ya el soldado del Tercio, acaba por imponerse sobre el piquero suizo y sobre el caballero con armadura. Gracias a la acción de los tiradores imperiales, la acción principal queda resuelta en poco más de dos horas. Es también una escabechina terrible, una fusilada de proporciones dantescas; una de las mayores matanzas de nobles de la historia de las guerras europeas, junto con Crecy y Azincourt; no en vano el subtítulo del libro de Díaz Gavier es “La tumba de la nobleza francesa”: entre los muertos estaban Bonnivet, La Trèmouille, La Palice, el bastardo de Saboya y muchos más, sin contar los que cayeron prisioneros. El gran escudero de Francia, Galeazzo Sanseverino, queda muerto encima de su caballo por un golpe de espada que le da uno de sus compañeros durante la melé en torno al rey. Su casco vuela en pedazos y, con la cabeza descubierta, ya muerto pero todavía montado, va de un lado a otro del combate, blanco de más de cien disparos de arcabuz que, aparentemente, le alcanzan sin dañarlo; como ha muerto por sorpresa tiene los ojos abiertos, la babera del yelmo le mantiene la cabeza alzada, y sorprende a los arcabuceros españoles que gritan “¡Milagro!”, hasta que finalmente uno de los mejores caballeros de Italia cae de la silla. El mismo Carlos V quedará sorprendido y hasta un poco superado por las pérdidas de la caballería francesa. El cadáver de monsieur con blasón alcanzó precios exorbitantes al día siguiente, cuando los escuderos van a recuperar los restos de sus señores para mandarlos a Francia.
Las bajas de los más humildes, de los que no merecen rescate, también son terribles: los imperiales no pierden más de medio millar de hombres; los franceses, en cambio, sufren aproximadamente unos 10.000 muertos. Después de liquidar a los aterorizados civiles del bagaje, lansquenetes y soldados españoles se ponen las botas en la matanza que sigue a la retirada de los mercenarios suizos a través del río Ticino, hasta el punto que los cadáveres, hinchados por la putrefacción, crean un dique horrible en el río.
Así que a leer el libro de Almena y a disfrutar con el ameno texto de Díaz Gavier y las ilustraciones de Ángel García Pinto. Como ya dije en la reseña sobre Bicocca, he aprendido cosas que no sabía y eso en los tiempos que corren, es notable.
Saludos y buenas lecturas
Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788496170889
Colección: Guerreros y Batallas
Nº Edición:1ª, Almena
Año de edición:2008
Plaza edición: MADRID
Bueno libro de una buena serie para arrancar, y para continuar; «De Pavía a Rocroi».
Bien, leiva, sugerente reseña y digna continuación de Bicoca. Buen autor, buen dibujante, conocida colección = buen libro. Da gusto leer a Díaz Gavier. Saludos
Excelentes las publicaciones de Almena. Pavía 1525, no iba a ser menos. A los que nos gusta el período histórico que reseñas, como es el caso de un servidor, lo agradece. Mencionas, Leiva, batalla de innovación y de final de una época; o el principio de otra pudiéramos decir, pero empezando en Bicoca, pues, como dices tienen mucha semejanza. Por otro lado, observo que te gusta emplear la expresión: imperiales… tenían más nombres.
Rodrigo, «De Pavía a Rocroi» (por cierto hay una publicación con ése título), pero que no se nos olvide, ya que has mencionado a Rocroi: el mito de Rocroi continua…
Saludos.
Hola, JF, si con esos tres puntitos y «tenían más nombres» te refieres a que también se les podía llamar «españoles», también es cierto, porque había tropas españolas en el ejército vencedor, y entre las españolas, muchos napolitanos, sicilianos, romañeses y florentinos, y hasta corsos y griegos, pues parte de la caballería «española» ligera estaba formada por estradiotes albaneses. Dentro de Pavía, Leyva no mandaba un sólo soldado español, sólo alemanes del Tirol y de la Baja Alemania, los lansquenetes (los lanteneques, que llama Martín de Cereceda). Pero qué duda cabe que los españoles lucharon bien. La compañía de Giovanni de las Bandas Negras incluía mercenarios españoles… pero esta vez luchaban en el bando de Francisco I, en ese ejército que tampoco era «francés», pues incluía suizos, alemanes, italianos, etcétera. En cuanto a los mandos, salvo Fernando de Alarcón y el abad de Nájera, los otros capitanes «españoles» no eran nacidos en España (bueno, en alguno de los reinos que la formaban): Pescara era napolitano (a pesar, eso sí, de descender de gente de Toledo y preferir el castellano que el italiano para expresarse); Lannoy era flamenco; Borbón era francés; Frundsberg, Sith, etcétera. Las lealtades de estos hombres eran tan volubles que hablar de naciones en este contexto es un poco dudoso. En todo caso este es un tema interesante, que ha producido muy buenos libros, pero que a mí me interesa relativamente. Pero, ya te digo, si quieres considerar Pavía una victoria española, por mí no hay ningún problema, porque los soldados españoles que combatieron en ella, así la consideraron, claro. Pero entonces habremos de concluir también que, a pesar de que el ejército imperial saqueó y asesinó en 1527 a miles de personas en Roma, convirtiendose en una banda de malhechores peores que las ratas, este ejército era español y el crimen lo animó lo «español» que había en él, igual que la victoria de Pavía estaba animada por lo «español»; y que en 1544, en Ceresoles, cuando Montmorency le dio una paliza monumental a Alfonso de Avalos, a pesar de que los imperiales también estaban formados por gente de todo los dominios de Carlos V, los derrotados eran españoles. Yo no tengo veleidades patrióticas. Siento curiosidad por la historia de mi país, que es España, pero no hace falta exagerar. En cuanto a Rocroi, es cierto que no decidió nada ni España fue derrotada definitivamente, ese es un mito que se ha arrastrado siempre. Pero Rocroi fue en 1620 o algo así, de manera que la distancia que le separa de los acontecimientos que narra este libro están a la misma distancia que nosotros del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Poco tienen que ver.
Efectivamente, muy bien concluido. Los imperiales, eran y pertenecian al Imperio español (españoles y demás), para lo bueno y para lo malo, hasta para lo regular… Un servidor también siente curiosidad histórica, pero más que curiosidad, tengo inquietudes y deseo de conocer la verdad histórica de mi país, hasta en simples expresiones o palabras (no digo que sea tú caso). Por desgracia «algunos» emplean en la Historia la -vara de medir- de lo: políticamente correcto, según las ‘modas de los tiempos’ no solamente en la historia puramente dicha, sino hasta en simples palabras. Estos muestran la historia y algunos otros la enseñan, sobre todo, a las nuevas generaciones de estudiantes en escuelas institutos y como no, universidades, con otros parámetros alejado de la verdad histórica, pero esto es otra historia, en última instancia se podría emplear como argumento para alguna reseña.
¡Saludos!
La nomenclatura es complicada a veces. Hay que intentar ser rigurosos y objetivos y no caer en excesos, por ejemplo llamando anacrónicamnete «españoles» a los íberos e hispanos de la antigüedad como hace algún autor de Almena, pero no es fácil. Se podría decir para Pavía españoles, imperiales, tropas de la corona española, de los Ausburgos españoles… está clara la multinacionalidad de esos contingentes. Años después los coetáneos distinguirán entre españoles, como la élite, y contingentes de «naciones» ¿no es así? Recordad que en las filas españolas hubo también compañías portuguesas, irlandesas… e incluso inglesas ¿no?
Desde luego que Rocroi es un mito y un símbolo de raíz francesa que nosotros como «buenos papanatas» hemos aceptado sin más… Un año antes hubo un Rocroi a la española: Honnencourt.
Saludos.
En cuanto a la nomenclatura de españoles, etcétera, se han cometido tropelías lingüísticas varias. No descubro nada si digo que hablar de España se ha identificado con el franquismo, y es cierto que los fascistas se apoderaron de lo español y crearon una imagen altisonante y cutre de lo español que contrasta vivamente, por ejemplo, con el imperio multinacional de Carlos V (él mismo de origen flamenco), que luego se hizo más español con Felipe II. España fue el imperio más poderoso de Europa entre 1550 y 1650, aproximadamente. Luego, fue relevado, simplemente. No fue una cuestión de valor o de pericia de los gobernantes, sino de estructuras económicas, suerte, poderío naval en un mundo cada vez más orientado al Atlántico y no al Mediterráneo, la desastrosa guerra de los 30 Años y muchas cosas más. El imperio español tiene curiosamente muchas cosas en común con el imperio otomano, como siempre opinó Leopold von Ranke.
Los ejércitos de la época eran «Arcas de Noé», como decía Marin Sanuto, gente de todos los confines de Europa, aunque con homogeneidad nacional dentro de las unidades en la medida de lo posible. Junto con la universidad, la milicia era e ámbito social más cosmopolita del mundo renacentista, y gente como Prospero Colonna o Garcilaso de la Vega se encontraban en su casa lo mismo en Toledo que en Nápoles, en Milán o Lyon. Recomiendo la lectura de La civilización de Europa en el Renacimiento, de J. R. Hale, y también los Comentarios de Martín García de Cereceda, soldado cordobés, luchador en cien combates en Italia, que habla con un desapasionamiento y justeza de sus años que te vacuna contra cualquier aspaviento nacionalista. ¿Qué llevó a Cereceda a luchar a Italia? El hambre, el deseo de aventura y el dinero. El dinero es el nervio de la guerra, ya sean ducados o libras tornesas, florines alemanes o florentinos. Si alguien quiere entender lo que sucedió en Pavía que se fije más en los ábacos de los Fugger o los Grimaldi que en la mecha de los arcabuces.
Muy de acuerdo, Leiva.
Lo único que molesta a veces es que en algunas obras de autores extranjeros se cae en el extremo contrario; se ningunean, se ocultan o se tergiversan datos que aluden a la intervención de las armas y de la corona, o como mucho se insinúa de manera muy muy sutil.
Y la motivación de muchos era la misma que la de Cereceda… desde luego.
Y claro que el franquismo nacionalcatolicista hizo un flaco favor a todo esto. ¿No eramos los aficionados a la historia militar, hasta no hace mucho, como poco, unos bichos raros?
Lo que he leído de autores extranjeros no deja lugar a dudas sobre las innovaciones españolas en el arte de la guerra. Las innovaciones son básicamente: más equilibrio entre picas y arcabuces (es decir, combinación de la masa «suiza» y de las nuevas armas de fuego) y utilización de las fortificaciones de campaña (en Ceriñola, en Rávena, en Bicocca, según patrones ya ensayados por los condotieros italianos). Esto en lo que respecta al nivel táctico. En el nivel estratégico: repensar la campaña entera, marcándose objetivos, planes detallados, es decir, diseñando en la medida de lo posible (y si alcanza el dinero que, repito, era esencial) toda la guerra; primando la defensa sobre el ataque (Gonzalo de Córdoba aprende aquí de Prospero Colonna) y combinando la acción militar con una efizaz diplomacia, que era la mejor del mundo en esa época. Gente como Juan Manuel, el hijo de Gonzalo de Córdoba o el padre de Garcilaso de la Vega, eran diplomáticos impresionantes. Recomiendo un libro de Gerald Mattingly sobre la diplomacia renacentista que alguien podría traducir, en vez de tantas chorradas prescindibles.
Quatrefages, por ejemplo, habla de la «revolución militar del siglo XVII» desde el punto de vista español, que según él se anticipa a las innovaciones de Mauricio de Nassau o de Gustavo Adolfo de Suecia; Parker, que tiene su libro clásico sobre el Camino Español; Taylor, en The Art of War in Rennaissance Italy, que habla del soldado español nacido de la guerra napolitana de 1503-1504 como el verdadero infante moderno; sir Charles Oman, que hace otro tanto. Los contemporáneos franceses respetaban a los infantes españoles y desde luego les tenían por más disciplinados que sus mercenarios suizos, aunque también protagonizaron terribles motines, y desde luego estaban mejor cohesionados que los gascones. Por lo tanto, yo no tengo conocimiento de autores que menoscaben las armas españolas en estos conflictos, y la verdad es que me gustaría que me dijesen los títulos y los autores, pues así me haría una opinión personal sobre el asunto. Otra cosa es que lo que se considere contrario a España sea propaganda protestante del siglo XVI, por ejemplo; pero es que es propaganda, no muy diferente de la que se fabricaba en España o en otros sitios en ese mismo momento. Sería como si el estado de Israel acusara hoy a los historadores alemanes modernos de antisemitas basándose en las locuras que escribieron en el periodo hitleriano tipejos como Spengler, Stefan George o Goebbels. Podéis leer las opiniones de un lector francés en la página de este mismo foro dedicada a El asedio, de Pérez-Reverte. Yo no he leído la novela, pero realmente algunas de las cosas que dice me recuerdan, sin ánimo de ofender a nadie, más a la «Carmen» de Merimèe que a la España real del siglo XXI. Cada país tiene sus tópicos y su imagen en el extranjero y es normal que así sea; pero yo no he visto a ningún capitán de los Tercios ceder el asiento en el metro a una viejecita.
Está claro que no hay que extrapolar mentalidad del s. XXI a hechos y mentalidades del s. XVI ni viceversa.
Los autores que mencionas, leiva, son serios, concienzudos y renombrados pero lejanos para el gran público en muchos casos. Yo más bien aludía a otros autores más divulgadores -de Osprey, de Amber books…-
y a obras más generalistas y compilatorias del tipo «Historia de la guerra» -publicada aquí por la Esfera- o «La guerra en la Edad Moderna»- de Akal. Estoy hablando de memoria, no sé si soy impreciso en los títulos. Gracias
Sí, a lo mejor me he pasado un poco a golpe de cita, pido sinceras disculpas si a veces me pongo en plan cascarrabias. Volviendo al libro de Pavía 1525, que es lo que cuenta en realidad, él mismo da una bibliografía muy interesante, que no es difícil de conseguir, y que aclara muchas cosas. Pero ya el mismo libro explica claramente todas estas cosas. Por eso es recomendable. Saludos
No te preocupes, hombre, estamos hablando de lo que nos gusta y compartiendo experiencias y ampliando conocimientos. Gracias a ti.
Efectivamente , Tasos, los autores que menciona Leiva son serios, pero los autores (casi todos divulgadores) de Osprey, Amber books, etc., y otras obras y autores como la que mencionas tú: La guerra en la Edad Moderna, ahí es donde creo que esta el quid de la cuestión… para el publico en general.
La historia militar no puede limitarse al relato, movimiento de cada bando -por muy detallado que sea-, descripción de armas, consecuencias politícas, economicas o sociales; la historia militar obliga a mucho más que eso. Hay que analizar y enjuiciar con criterios técnicos, la situación, despliegues, rendimiento, información o inteligencia militar, aciertos y errores acometidos de la época, etc. Todo esto que comento, los libros de historia en general (los que compra la mayoría) no lo muestra se quedan con una parte omitiendo la otra, pocos trabajan al completo. Todo ello es discutible por supuesto, y algunas veces no habrá que generalizar… pero la cosa es así.
Sí, Leiva, como bien dices, por otro orden de cosas, he leido el comentario en francés en la reseña de: El asedio (supongo que otros lo habrán leido también), no es que no sea de la España del siglo XXI, ni incluso de otras épocas (con todos los respetos hacia su autor). Por último, hablando de metro, capitanes y viejecitas (el sentido del humor que no falte). En época de los Tercios los capitanes no iban en metro y la viejecitas tampoco. Ahora bien, si los Tercios a los que aludes con sus capitanes son de nuestro día; hay que decir que el ejército no es lo que era… en el buen sentido (dejémonos de pensamientos totalitarios, que siempre estamos con lo mismo, hay que cabiar el chip). Preguntémonos: ¿qué hace un capitán de un Tercio (legión) en un metro?. A mi no me cuadra. Me comentaste que habias hecho la mili, un servidor también ha conocido la vida militar, posiblemente de otro modo diferente al tuyo por antecedentes familiares, o a lo mejor no…
La publicación de Almena: Pavía 1525, como dices es lo que cuenta, y en realidad dice muchas cosas (no lo pongo en duda, además como ya he dicho otras veces, las publicaciones de Almena son muy buenas, sobre todo para lo español, su historia; una editorial que entre otras cosas lucha contra el ‘bombardeo anglosajón’, es lo que creo), pero su análisis militar no es para tanto en este caso… a lo mejor soy algo exigente, pero es lo que creo.
Saludos.
La recensión de Leyva, con su pasión y su detalle, es magnífica y el libro que comenta también es una buena descripción de los hechos que acontecieron el día de San Matías de 1525. En Almena hay libros mejores y libros peores y este es de los buenos con las ilustraciones de Angel García Pinto.
Hay un hilo conductor que nos lleva desde Garellano hasta Rocroi pasando por Bicocca, Pavía, Muhlberg, las campañas de Alba en Flandes, Gravelinas, Nordlingen y Rocroi; es la historia del éxito y la decadencia de las armas imperiales-españolas. En Almena están la mayoría de estas campañas escritas de una manera ágil y amena.
Para los que quieran profundizar mas en el tema están los clásicos de Quatrefages y Parker que cita Leyva a los que yo añadiría el libro de Julio Albi de la Cuesta «De Pavía a Rocroi» editado por Balkan.
Hola Vicent. El libro que citas: «De Pavía a Rocroi» es el que indica un servidor más arriba. En ésa publicación encuentro una ‘deficiencia’: -la ausencia de notas a las citas entrecomilladas-, eso provoca duda y frustración. No es nada bueno para aquella persona que se acerca por primera vez al tema, ni para el que quiera saber más o profundizar (en todo caso es una obra menor). Una publicación como mínimo, y más en el tema a tratar debe de mostrar notas… No es el único caso, hay otras publicaciones también donde los autores ‘pecan’ de ello entre otras cosas. Igual se pueden leer a gusto, pero un lector avezado echa de menos las notas, tan importantes en una obra.
De acuerdo contigo JF, es inadmisible que citas entrecomilladas no vayan con su nota al pie. El libro de Albí es de ágil lectura y bastante entretenido, pero al final cae, a mí entender, en «el mito» de Rocroi.
Coñe, que han republicado la reseña de Pavía.