No es usual que un libro reúna en sí mismo todo lo que me gusta y todo lo que aborrezco. Y Matanza y cultura, cuyo subtítulo es nada menos que Batallas decisivas en el auge de la cultura occidental, cumple estas condiciones.
Me explico e intentaré hacerlo con un poco de sentido del humor. No puedo resistirme ante un libro bien escrito y, qué duda cabe, el libro de Davis Hanson lo está, y eso que conjuga varios aspectos diferentes: análisis de las tácticas, del armamento, pero especialmente historia económica, política y social, antropología, historia de la cultura, etcétera. No obstante, el autor explica que el suyo no es un libro para especialistas, sino para el “público general”, signifique eso lo que signifique. Por lo tanto Hanson, en beneficio de una exposición general que pueda llegar a todos, se deja de matices y demás tonterías, no se considera obligado a expresar un juicio moral de la civilización que describe, sus consecuencias o sus errores. A Hanson no le gusta juzgar a los españoles cuando destruyeron las culturas americanas, o si los hindúes se beneficiaron en último término de las ventajas del progreso y la sociedad occidentales (obsérvese, por cierto, el enfoque completamente diferente, recalcando un aspecto negativo en el primer ejemplo y otro positivo en el asegundo, a la hora de examinar ambos procesos traumáticos de colonización). A él lo que le interesa es examinar porqué Occidente se ha impuesto repetida y casi exclusivamente en los campos de batalla frente a pueblos de otras culturas. Porqué, por decirlo de alguna manera, los británicos pudieron perder en Isandlwana, sí, pero a los zulúes no se les pasó por la cabeza en ningún momento invadir Inglaterra y cargar a la reina Victoria de cadenas (imagen que, por cierto, hubiera sido dantesca).
¿Qué dice la principal tesis del libro? Pues que la capacidad guerrera del hombre occidental, su forma letal de hacer la guerra, está relacionada con factores culturales y psicológicos. Los europeos son los soldados más mortíferos y por tanto más eficaces de la historia de la civilización no porque sean superiores intelectual o racialmente al resto, sino porque factores tales como el culto a la individualidad, al criterio personal, la disciplina social, creados todos ellos por la pertenencia a un Estado, les dota de una superioridad sobre las otras culturas a las que han dominado y que han acabado copiando sus maneras de hacer la guerra (lo cual explica, de paso, algunas de las derrotas de tropas occidentales por sus rivales no europeos). Hanson resucita el viejo estilo de “batallas decisivas” típico de finales del siglo XIX (él dice que está completamente desacreditado, pero se nota que le gusta) y analiza esta tesis a través de nueve combates: Salamina, Gaugamela, Cannas, Poitiers, Tenochticlan, Lepanto, Rorke´s Drift, Midway y la ofensiva del Tet.
Bueno, parece que Hanson no asistió aquel día a clase cuando su profesor previno a los alumnos sobre lo peligroso que es en Historia lanzar frasecitas de estilo “Durante los últimos 2.500 años…”, pero el abanico que abarca su análisis ya debería ponernos sobre aviso: lo que puede funcionar en Salamina no necesariamente tiene que hacerlo en Midway. Pues bien, Hanson lo hace funcionar, vaya que sí. Este empeño de llevarse el gato al agua, como es natural, produce pasajes de una comicidad remarcable. Poitiers, por ejemplo, es considerada una batalla decisiva que detuvo al “islamismo” a las puertas de Europa (y uno se pregunta, en todo caso, y Tarifa qué era, ¿Oceanía?), cuando estudios recientes demuestran que no se trató más que de una pequeña y confusa escaramuza, magnificada por las crónicas francas. O errores de bulto, como cuando afirma que Dien Bien Phu fue una victoria de los no europeos porque el Vietminh disponían de misiles (sic), o que Adrianópolis, victoria de catafractos godos, no sirve como ejemplo para refutar sus tesis porque se produjo a mucha distancia de Roma y las tropas estaban mal abastecidas (aunque el ejército romano vencido no procedía de Roma, sino de Bizancio, que no está a más de doscientos kilómetros). El mejor, sin embargo, es el de considerar que Cartago era una ciudad “asiática” frente a la “europea” Roma, y que el Senado romano era una asamblea de hombres libres, mientras que el de Cartago era la representación de una oligarquía tiránica que no podía medirse con su enemigo. Este tipo de simplificaciones, que pueden funcionar en un peplum o en la novela histórica de más ínfima calidad, es sencillamente escandalosa en un libro serio.
La pregunta sobre la superioridad militar de Occidente sobre las otras culturas no es un tema nuevo, desde luego. Existe una gran tradición histórica al respecto, desde Carlo Maria Cipolla hasta Geoffrey Parker, Michael Roberts o Jeremy Black (estos tres últimos enfrentados en otro espeso debate sobre el comienzo y origen de la “Revolución Militar”). Las tesis de estos historiadores reconocen que la exitosa expansión de Occidente por el resto del mundo se debió a una serie de condicionantes materiales y políticos. Sin embargo ninguno de estos señores se habría atrevido a ir tan lejos y regalarnos con una tesis tan relamida y artera como la de Hanson. Éste se limita en buena parte de la obra a tomar de aquí y allá de esos grandes autores –hasta el punto que a veces se contradice-, y a citar con profusión autores griegos y romanos que al lector –si tiene algún conocimiento sobre la Antigüedad clásica- le acaban por provocar un mareo profundo y le llevan a pensar que está asistiendo a una especie de seminario sobre las profundas connotaciones filosóficas de “300”, la película sobre la famosa resistencia de Leónidas y sus espartanos en las Termópilas.
No irá desencaminado, porque tanto el libro como la peliculita comparten las mismas coordenadas de veracidad histórica, esto es: cero. Pero a Hanson no le hace falta la verdad, porque el suyo, leído con atención, no es un trabajo histórico, sino propagandístico. Hanson es un neocon ferviente partidario de la política agresiva de Bush (y ahora de Obama, flamante premio de la Paz) y, por si fuera poco, manipula los hechos históricos para demostrarnos lo indemostrable y sostener lo insostenible. Y por si fuera poco no tiene el sentido del humor o la mala leche de un Irving Kristol u otros especímenes de la derecha americana, que no creen una sola palabra de lo que dicen, pero cobran suculentos sueldos de sus think thanks de Wasington para jugar con el miedo de la gente.
Como es natural, muchos historiadores especialistas se le echaron encima al bueno de Hanson cuando se publicó el libro en 2001 (antes del 9/11, aunque inmediatamente se convirtiera en un superventas entre la gente interesada en estas cosas), acusándolo de deformar la imagen de la tradición occidental para justificar sus teorías chauvinistas… y en último caso para dar gasolina ideológica a la invasión de Iraq en 2004, la “Guerra contra el terror”, la hiperinflación de armamentos de Estados Unidos y sus socios de la OTAN, etcétera. Últimamente se ha destacado por su apoyo a un ataque a Irán (recordemos, los persas de Salamina y Gaugamela, Hanson ya se ve enseñando en la nueva Alejandría que emerja de las ruinas, supongo). Nuestro historiador es de estos autores norteamericanos que, según una particular visión muy jeffersoniana del destino imperial de su nación, sostiene que de alguna manera existe un fino hilo místico y cultural entre la Grecia antigua y los Estados Unidos; entre la Stoa y el Congreso; entre los hoplitas de Jenofonte y los marines que combaten en Iraq. Los ciudadanos libres de Atenas ganaron Maratón y los muchachos de Kansas ganarán la batalla contra Al-Qaeda, la burka y el oscurantismo. Así de claro.
Igual que sus enemigos en las calles de Bagdad o de Somalia, los soldados de las otras culturas retratados por Hanson son tan monolíticos, tan iguales unos a otros, estaban tan abocados a perder las batallas, que uno se siente tentado a pensar que los turcos, los aztecas o los persas del libro de Hanson no son menos fantasmales que los miles de orcos de Saurón dispuestos en fila para que se los lleve por delante Vigo Mortensen y su espada justiciera. Por todo ello, no recomiendo la lectura de este libro. Porque ya hay bastante con que me lo haya leído yo y unos cuantos incautos más.
Salud y buenas lecturas
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788475066370
Nº Edición:1ª , Turner
Año de edición:2004
Plaza edición: MADRID
Ostras, vaya cúmulo de despropósitos, no?. Gracias por el aviso Leiva, desde luego es para tenerlo en cuenta y como bien dices, con que haya picado uno (en este caso tú) ya es bastante.
Esto si que es cera de la buena.
Yo creo recordar el libro en su día, y como siempre, tuvo el exito que las tesis reduccionistas logran habitualmente.
Pero si que agradezco el recuerdo a Parker y su descripción de la superioridad occidental estableciéndo varios motivos. Sinceramente, prefiero la opinión de Strachan: Los ejércitos europeos no eran superiores, los extra-europeos eran inferiores.
¿Por qué?.
Por que aceptar los modos de combate europeos significaba aceptar su cultura, y eso era algo imposible, era renunciar a ellos mismos, sobre todo en el caso de las clases dirigentes.
Leiva, parecieras tener una cuestión personal con la ideología del autor. Desde ya que el neoconservadorismo no es simpáticoo y ha resultado por demás nefasto, pero su aplicación a la tesis de este libro no ha merecido de tu parte atención más que en detalles secundarios. Imagino que VDH tendrá ideas que permitan polemizar mejor que la de aseverar la ligazón cultural asíatico-oriental de Cartago (una colonia fenicia). Dicho de otra manera, ¿este libro tiene algo de rescatable?
Si hay algo que me encanta de este sitio es que cuando hay que repartir cera se reparte sin problemas, eso es algo que hay que agradecer , desde luego, lejos de regocijarse en la crítica negativa. Hay que reconocer el doble mérito de reseñar un libro como este que no ha gustado nada. Es un buen aviso para todos y sobre todo por la excelente exposición de Leiva, no es solo decir que es malo, sino el por qué lo es y sus argumentos. No se como se les ha colado este tipo a los de Turner, mira que son serios en los títulos que tienen y de lo más digamos «intimistas» y «reflexivos» en cuestiones de historia e historia militar y se les ha colado esta cosa.
¡Qué buena reseña para tan mal libro!. La clave para mí no hay que rebuscarla en condicionantes sociológicos o culturales, individualistas o colectivos, creo que es mucho más sencillo. Son superiores los ejércitos más avanzados técnicamente y mejor dotados logísticamente, y eso es lo que hay, no hay más. Las potencias occidentales han estado mejor dotadas tecnológicamente desde principios del siglo XX y eso ha hecho que sean «superiores», o que los no-europeos sean «inferiores» como dice Strachan, aunque esa superioridad no siempre signifique ganar y se hayan perdido batallas o guerras, como ocurre hoy en día, pero la superioridad es manifiesta.
Sí que hay cosas que se pueden rescatar del libro: da muchos datos, las batallas están muy bien descritas, hay mucha bibliografía (aunque es la habitual en estos casos) y algunas otras más. En cuanto a sí tengo «algo personal» contra el neoconservadurismo, es cierto. ¿Existe alguna otra manera de relacionarse con una ideología que desde el punto de vista personal? ¿Si sintiera aprecio por las tesis neoconservdoras, no lo haría acaso desde el punto de vista personal? Ya dije en este foro, en otra ocasión, que no creo en la neutralidad en política, y tampoco creo que Hanson sea neutral cuando escribe sus tesis ni cuando forma parte de determinados organismos de determinadas ideas. No creo de todas formas que haya tratado temas secundarios al referirme a las tesis neoconservadoras del autor; de hecho, el neoconservadurismo es tan esquemático y burdo que incluso Hanson es capaz de darle un barniz teórico y estético más atractivo de lo que se merece. Se pueden sostener teorías sospechosas o neocolonialistas, yo desde luego no las apruebo, pero no hace falta regalrlas a cada paso con citas de Polibio o de Tácito.
Saludos
Veo que el libro es de 2004, a estas alturas y tras demostrarse la falacia de las armas de destrucción masiva en Irak y todo el cuento que montaron, ¿qué pensaría el autor a día de hoy si tuviera que volver a escribir el libro?, ¿podría defender lo indefendible tras lo ocurrido en Irak o le daría otra capa de barniz con tal de salirse con la suya?, me inclino por esto último.
Hola, Antonio.
El libro se publicó en inglés en 2001, poco antes del 9/11 (o 11-S, como prefieras). El autor sigue en sus trece, supongo (como comprenderás ya no me gasto la pasta en ningún otro libro suyo) y avala la operación contra Irán y otras cosas por el estilo, como ya digo en la reseña. Según creo su último libro versa sobre la guerra del Peloponeso y los paralelismos que traza con la actualidad también son dudosos y un poco pillados por los pelos, si no lo he entendido mal. El problema de una cierta parte de la academia norteamericana, entre la que su exponente más famoso en Donald Kagan, es que sirven a un propósito ideológico imperial y creen que, de alguna manera, Tucídides o César «les hablan» a través de los siglos, a ellos, los garantes de la civilización occidental. Por eso advertí al comienzo de la reseña que iba a tratarla con sentido del humor, porque las teorías de este tipo a mí me dan un poco de pena y un poco de risa al mismo tiempo, y ya hay suficientes desgracias en el mundo para que encima nos pongamos de morros por un propagandista disfrazado de historiador. Saludos
Desde el punto de vista de un no europeo el libro me pareció interesante por algunos momentos pero muy pesado con sus teorías de superioridad tecnología y en algunos hasta moral. El gran error de enjuiciar a una cultura antigua con nuestros valores modernos me pareció un grave desliz de un historiador moderno y peor aun si es un especialista en el mundo antiguo. El capítulo de Lepanto es toda un buen ejemplo de su falta de objetividad y poca ética, mientras las tropas de la santa liga le agradecen a Dios todo poderoso por su victoria y no a la razón e intelecto, los musulmanes son menos vistos por pedir perdón por sus tantas faltas ante Ala, el que les llevo a la derrota por sus muchos pecados. Los capítulos sobre el mundo antiguo son muy interesantes como menciona Leiva el uso de fuentes es indiscriminado pero cuando llegamos a la conquista los cronistas españoles no son tomados en cuenta como fuentes fidedignas para explicar la caída del imperio Azteca como lo son Herodoto y Esquilo. Cuando me decidí por comprar el libro peque sobre advertido, en su momento en EUA causo mucho revuelo pero como todo niño malo caí en la tentación y me lleve una sorpresa.
Estoy de acuerdo en un punto: el Imperio es el imperio y su propaganda; pero empezando por los ‘hijos de la Gran Bretaña’ y terminando por los USA. Un ejemplo: imposición de cultura e idioma a nivel mundial, ¡patético!… Desde el punto de vista personal. Sino se cree en la Neutralidad, pues entonces que hace la ONU en el Mundo; que la cierren o la quiten del mapa (ya le paso a la Sociedad de naciones -salvando las distancias-) ¿no?. La ONU ha sido creada por políticos, eso es lo gracioso…; y si esos políticos entre otras cosas desean la Paz del mundo, esa paz pasa por la Neutralidad, sino hay neutralidad, entre otras cosas no habrá paz; pero ya sé sabe, la hipocresía de los políticos es palpable, e incluso de algunas organizaciones a nivel mundial… Bueno, deseo creer en una ¡neutralidad alcanzable!.
En cuanto a lo que se comenta de: Lepanto, la conquista española y sus crónicas hacia el Imperio Azteca (en esta ocasión); pues como ya he dicho otras veces, el problema radica en lo ‘anglosajón’ por lo español (sin querer generalizar)… ¡patético!.
¡Saludos!
Uf, ahora que veo la reseña, me parece como muy atropellada y muy mal escrita. Sorry.
Me he partido Leiva. Yo fui uno de los incáutos que me lo leí. Me pareció chauvinista-imperialista-eurocéntrico pero caí en la trampa. Muchos libros pseudo serios aparentan ser serios, pero son, a la vista del destripe forense que haces, pseudos.
Salu2