Las armas y las letras, Andrés Trapiello

 Creo que es mejor no hablar de estas cosas, aunque quizá sea peor el olvidarlas.

Lorenzo Villalonga

Este libro de ecos quijotescos (del Discurso de las armas y las letras, del capítulo 38 de las aventuras del loco hidalgo de la Mancha procede su título) es uno de los libros más divertidos y al mismo tiempo más tristes que he podido leer en los últimos años. Divertido porque el autor consigue entusiasmar inmediatamente al lector con la época y sus personajes, sus destinos y sus ideas, con un estilo impecable, irónico y lleno de gracia. Triste porque Las armas y las letras, cuyo subtítulo es Literatura y guerra civil (1936-1939), es una mirada amplia y minuciosa sobre el papel de los escritores durante los tres años de la contienda más dramática librada jamás en suelo español. Y si las páginas de este libro están llenas por un lado de valentía y de decencia (Unamuno, Machado, el cónsul chileno Carlos Morla, Juan Ramón Jiménez, Ridruejo, Cernuda, Orwell, Chaves Nogales o Miguel Hernández), también es cierto que lo que más abunda es o el simple oportunismo, o actitudes que rondan la miseria humana más escandalosa: la “fotogénica” pareja Alberti-María Teresa León no sale especialmente bien librada, por ejemplo, como tampoco D’Ors, Gómez de la Serna, Baroja, Marañón o Pérez de Ayala, por motivos diversos.

En este libro se habla de ambos bandos con igual extensión e imparcialidad, sin ánimo de revancha, pero tampoco olvidando el papel de la memoria para ver el conflicto de 1936-1939 con más claridad; este es uno de los aspectos que más me han impresionado del libro de Trapiello, que no rehuye hablar de crímenes y de desmanes aquí y allá, aunque se niegue a situarse en una equidistancia moral tramposa:

Dejemos zanjada esta cuestión: los crímenes, de una zona u otra, fueron, ciertamente, equiparables. Pero, por suerte para España y para nosotros, no todos los que vivieron aquella guerra fueron asesinos ni representan lo mismo: los irrenunciables principios de la Ilustración sólo estaban representados en la República; la lucha del otro bando fue por la civilización cristiana de Occidente y los privilegios seculares bendecidos por ella, mediante una cruzada que trataba de conculcar tales principios, sabiendo, desde luego, y como se repite hasta la saciedad en este libro, que ni todos los que combatieron con la República fueron demócratas o ilustrados ni todos los que arroparon a los fascistas fueron fascistas ni dejaron de ser ilustrados, si acaso lo eran antes. ‘Nosotros tenemos ahora que cerrar la frivolidad de un siglo. Que desterrar hasta los últimos vestigios del espíritu de la Enciclopedia”, diría Franco al recibir su laureada de San Fernando, terminada la guerra.

A nadie se le escapa la importancia que tiene la propaganda en la guerra y el papel de los intelectuales en la guerra civil fue esencial en las dos partes. A menudo la retórica de los dos bandos se parecía muchísimo, hasta el punto que pdía parecer intercambiable, con sólo cambiar aquí o allá algunos términos o decir X donde decía Z.

En mi opinión debería recomendarse este libro como lectura en las escuelas, para desterrar de una vez no sólo los mitos más evidentes y pegadizos, sino también las apolilladas versiones de los manuales de literatura que condenan a nuestros escritores a ser personalidades grises, sin más perfil que las breves reseñas o las etiquetas generacionales o escolásticas (“del 98”, “del 27”, “naturalistas”, “paisajistas”, “realistas”), cuando no a ser santos de un devocionario de los aniversarios de muertes y nacimientos, pensados más para suplir la falta de verdadero conocimiento de la literatura española que para dar a conocer la obra y la vida de los autores. Leyendo esos manuales parece que los escritores no tuvieron vida, no pensaron, no amaron u odiaron, se equivocaron o renunciaron a lo que habían pensado, ya fuera para sacar ventaja o simplemente para seguir vivos.

La gente tiene derecho a saber que Lorca y Primo de Rivera salían a cenar en Madrid antes de la guerra (a ambos se les conocía únicamente por su nombre, Federico y José Antonio); que Sánchez Mazas (el escritor falangista que sobrevive a su fusilamiento en Soldados de Salamina) intercedió ante el mismo Franco para salvar la vida de Miguel Hernández: fue luego, al volver a Orihuela, cuando sus propios paisanos le denunciaron y mandaron otra vez a la cárcel, donde murió; que Dalí lanzó un ignominioso “Ooolé” al enterase en París del asesinato de Lorca; que Cela se ofreció a sus 22 añitos como confidente de la policía franquista; que Incerta glòria, de Joan Sales, es una de las mejores novelas sobre la guerra civil; que la conducta de Neruda no fue todo lo ejemplar que habría de esperar de un hombre con tanta facilidad poética; que Cernuda sufrió la homofobia de Salinas y de Torrente Ballester, quien celebraba en cartas infames la matanza que se estaba produciendo en aquel momento, aunque jamás pisó el frente de batalla. Etcétera, etcétera.

Luego también hay algunas hazañas disparatadas y personalidades cuanto menos chocantes, como la presencia crepuscular de Eugenio D’Ors en la zona franquista, con su uniforme falangista “tuneado”, que hizo que en Burgos, un día que paseaba por el Malecón, le confundieran con un bombero; los sueños imperiales del siempre excesivo Giménez Caballero, verdadero apostol del fascismo falangista, a medio camino entre el clown y la vanguardia literaria, que propondría que los presos políticos que trabajaban en el Valle de los Caídos lo hicieran al ritmo de la música de Wagner; el siempre poliédrico Pepe Bergamín, o el olvidado Mauro Bajatierra, escritor anarquista y panadero, que a sus 55 años, en marzo de 1939 esperó a la puerta de su casa con su arma a los primeros soldados franquisas que entraban en Madrid, sobre los que disparó hasta la última bala y fue muerto allí mismo. En medio de la tragedia, de la miseria y la bestialidad, todos estos hombres eligieron, cuando pudieron, su destino y su bando (lo que muy a menudo iba inexorablemente unido). A saber qué habría hecho cada uno de nosotros en circunstancias iguales. Por eso este libro es un libro sobre nosotros mismos y nuestro pasado.

Publicado por primera vez en 1994, Las armas y las letras se había convertido en una referencia sobre la literatura de esos años y sobre la cultura moderna en España. Trapiello conoce de lo que habla y su entusiasmo se contagia inmediatamente al lector. También conoce el mundo del libro y de la edición, y éste es un volumen magníficamente editado, de abundante ilustración y tipografía y maquetas muy cuidadas, en medio de un mar de libros feos como los que se publican en España, con lo que Las armas y las letras se convierte también en un homenaje a la época más activa y vanguardista de la cultura española del siglo XX.

Saludos y buenas lecturas

Lengua: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788423341917
Colección: IMAGO MUNDI
Nº Edición:1ª, Desitno
Año de edición:2009
Plaza edición: BARCELONA

12 comentarios en “Las armas y las letras, Andrés Trapiello

  1. Gracias por la reseña Leiva.

    Es un libro que llevo tiempo detrás de el para leerlo. Ha sido un libro muy esperado, y desde luego ha sido también uno de las sorpresas editoriales de éste 2010, viéndose sobrepasada la editorial a la hora de suministrarlo. Un gran éxito, del cual me alegro mucho.

    Seguro que terminaré por leerlo, y más después de haber leído tu reseña.

    Un saludo.

  2. Tiene una pintorra exquisita. Yo de este autor he leído «Los amigos del crimen perfecto», otro gran libro con buenas dosis de ironía, humor y sentido común.

  3. Gran libro leiva. Gracias.
    Sí, es como la vida misma, y el que se trate la IMPARCIALIDAD (me encanta la imparcialidad, bien difícil de conseguir o hayar en este mundo divido por lo político-nacional-religioso-social-cultural) de modo adecuado y evitando la balanza a izquierda o derecha es todo un logro que nos hace recapacitar… (me quedo corto). Por desgracia en ésta España nuestra (o del que quiera sentirlo), todavía en pleno siglo XXI, nos encontramos en una Sociedad dividida y muchas veces hipócrita la cual arrastramos de tiempos pretéritos (sin ir más lejos desde la misma Guerra Civil española) y hace «pupa».
    Libro recomendable para todo aquel que ame la Libertad y no el Libertinaje, y que por supuesto no tenga manías, prejuicios, complejos u odios.
    Yo creo que el libro se queda corto, pero algo es algo… Esperemos que siempre haya autores (aunque sean pocos) con ganas de mostrar que también hay otra forma de contar Historia: tomando «la base» en la propia neutralidad e imparcialidad se puede contar y mostrar la Historia.

    Saludos.

  4. Gracias por los comentarios, aunque el que se lo merece es Trapiello, claro. Aún así, he de hacer unas puntualizaciones. El autor simpatiza claramente con la izquierda, concretamente con la República, como espero haber reflejado en la reseña. Yo también simpatizo con las ideas de izquierda y con la República (que la democracia actual en España representa, sin embargo). Sin embargo, es de la opinión que la historia debe ser tratada sim tapujos, opinión que yo también comparto, aunque me doy cuenta de que es muy dificil. Aunque la imparcialidad es muy necesaria en cualquier tema, y ya no le dicho varias veces en Novilis, no creo que haya nadie capaz de mantenerse cien por cien equidistante. Cada cual tiene sus simpatías y antipatías. Yo no creo que pueda sentirse un atractivo parecido por Churchill que por Hitler, por ejemplo, por lo que representan cada uno y por su vida. El libro me sorprendió tremendamente porque está escrito de forma magistral, con un castellano graciosísimo y muy rico, cosa muy difícil de encontrar en la actualidad. Lo aconsejo completamente.

  5. He visto buenos comentarios sobre este libro, Leiva, y con tu reseña me ha entrado el gusanillo…
    Leí hace dos o tres años la novela «Al morir don Quijote» ¡y vaya si ya demostraba su buen hacer y escribir Trapiello!

  6. Con respecto a las puntualizaciones que indicas, leiva, permíteme que yo también puntualice. Está claro, la mayoría de los autores se inclina por unos ideales (como hace el presente) a la izquierda, a la derecha o incluso en «otros sitios», éso es evidente. Si se escibe o se habla buscando la imparcialidad, mejor que mejor, enriquece más, es lo que creo, autores así son una «especie en extinción». Hablas de democracia actual y que representa a la Republica, si es así, correcto. Deberían de entrar: partidos de derecha, de izquierda, y movimientos y asociaciones imparciales o neutrales como mínimo, sino es así, ya no es democracia es otra cosa. La democracia ahora y antes debe de reprensentar la Libertad por encima de Izquiedas o Derechas… Tú tienes tus ideas de izquierdas como muy bien has mencionado aquí y muchas otras veces (cada cual tiene sus ideas o preferencias), un servidor simpatiza por la neutralidad e imparcialidad como ya he mencionado otras veces. En este mundo también se encuentra esa opción: Neutralidad, aunque sea díficil, pero está ahí y se cree el ella. Dices que no crees que nadie sea capaz de mantenerse cien por cien equidistante, bueno hay alguna entidad o asociación que luchan por ello e intentan mantenerse neutral e imparcial en un mundo muy dividido.

    Saludos.

  7. Entiendo perfectamente lo que dices, JF. Por cierto, y aunque no tenga nada que ver con el tema, creo que te gustará saber que he encontrado, después de pesquisas dignas de Sherlock Holmes y Colombo juntos, nada menos que Los cañones de agosto, de Barbara Tuchman. Me dispongo a devorarlo como fanático adorador de la Tuchman.

    Saludos

  8. ¡Hombre leiva! Me alegro muchísimo. El que la sigue la consigue. Espero que disfrutes con su lectura. Aunque está reseñado en el antiguo Novilis, es una obra digna de reseñarse unas cuantas veces.

    Un saludo.

  9. Yo leí el libro de Trapiello en la edición de 1994 y ésta me imagino que no será una reedición sin mas sino que estará corregida y aumentada en su contenido. El libro es llamativo porque describe una tercera España que existía, en minoria, en la IIª República. Entre la revolución y el inmovilismo cerril había una tercera vía que representaban gente como Madariaga, Ortega y Gasset o el Dr. Marañón que tuvieron que huir de las dos españas que se acometían por sendas visiones fundamentalistas de España. Si hubo gente del bando nacional que mataron poetas como Lorca los del bando republicano quemaron archivos parroquiales y destruyeron patrimonio histórico común a todos los españoles o mataron a intelectuales como Mateo Mille o Ramiro de Maeztu.
    Este libro describe vidas de intelectuales/literatos que ante la gran ocasión guerracivilista estuvieron o no estuvieron a la altura de sus ideales; en este libro hay mucho de miseria humana, de cobardía, de estómagos agradecidos o de pura maldad.
    De esta época siempre me ha impresionado el caso de los hermanos Machado; tan unidos en su vida y en su obra para acabar en bandos enfrentados durante la Guerra Civil. Es lo que tiene una guerra: siempre se acaba matando a alguien cercano.

  10. No recuerdo si es en este libro donde se cuenta la anécdota de un Ortega y Gasset, defensor y precursor intelectual de la IIª República, detenido en una calle de Madrid durante el verano de 1936 por ir vestido «como un señorito» y que fue sacado de la cárcel/fusilamiento mediante ágiles contactos con el gobierno. Del susto emigró de España y no volvió hasta finales de los años 40; su entierro en 1955 fue una manifestación contra el régimen de Franco.

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