La Escuadra del almirante Cervera, Alberto Risco

Obra profusamente comentada, es una síntesis excelente de los hechos que marcaron el devenir de la España del s. XX, tras una despedida sangrienta a la centuria anterior y al Imperio
El Desastre del ’98 supuso un quebranto en la sociedad e Historia de España. Un hito que se restringe práctica y erróneamente a una única fecha: el 3 de julio de 1898, cuando seis buques de guerra de la Escuadra del almirante Pascual Cervera son cazados como ratones a la salida de su madriguera por alrededor de ciento veinte gatos salvajes y hambrientos, de garras afiladísimas. Un hecho heroico y suicida. Una acción militar que recibió calificativos de todo tipo, más o menos elogiosos y otros tantos peyorativos. Entre estos últimos destacarían aquellos nacidos del magín de los que vieron la contienda desde el otro lado de la barrera de un periódico que transmitiera las noticias recibidas por telegrama y escuchadas por entre los sillones del Congreso; y es que la salida del puerto de Santiago de Cuba, a pleno sol, pasadas las 0930 horas de aquella mañana de julio, obedeció a la necesidad de acallar las constantes críticas de una opinión pública exacerbada que puso al buen almirante y a todos sus hombres a caer de un guindo. También estaba el hecho de la predecible y pronta capitulación de la plaza (que dataría del 17 del mismo mes, cuando las guarniciones contaban con munición suficiente para aguantar un solo día más de combate; guarniciones que, como el Ejército español de Oriente en pleno, mostraron su disconformidad ante semejante «bajada de pantalones»), lo que podría conllevar la deshonrosa captura por el enemigo de la escuadra completa e intacta.

Cervera alcanzó la isla de Cuba cumpliendo el deber impuesto, aún quejándose con ardor y amargor contra paredes de ladrillo ministeriales que esperaban (eso me temo) un nuevo e irremediable Trafalgar con el que la ciudadanía española aceptara a regañadientes, pero lo haría, la pérdida de los últimos territorios de Ultramar. Cuanto antes sucediera, mejor. El almirante abogó por proteger Canarias y la península, a merced de cualquier acción hostil, pero el ministro Bermejo tan solo jugaba con el veterano oficial, haciéndole recorrer el Atlántico y el Caribe como gallinita ciega tras un carbón que se escurría por entre los dedos, con unas dotaciones sin formar y unos pañoles repletos de casquillos defectuosos de la casa Armstrong (¿sabotaje inglés?) que, en combate, producirían tantas bajas como los proyectiles arrojados por los enemigos sobre los buques españoles.
El 3 de julio culminó la gesta española iniciada en 1492, destronando a Castilla y sus herederos como enseña de potencia de primer orden mundial, puesto que apenas rozó gracias al cuestionable acuerdo entre Bush, Blair y Aznar en las Azores. Y Alberto Risco (1873-1937), contemporáneo de los hechos que describe y un verdadero erudito en la materia, escribió con paciencia y buena letra una obra que brilla con luz propia; aunque existen muchos libros y monografías que tratan del asunto, incluso redactados por protagonistas durante la funesta jornada  —como es el caso del comandante del crucero Infanta María Teresa, Víctor Concas—, este «La Escuadra del almirante Cervera» es un estudio comparativo, ideal para todo aquel que se adentre en estas procelosas aguas y quiera explorar acompañado de una guía leal por entre la casi inagotable bibliografía consultada por Risco. Un estudio que se materializa en un libro de poco menos de quinientas páginas, pero que se nutre de fuentes nacionales e internacionales como las actas del Congreso de los Diputados, telegramas ministeriales y de guerra (destaca la obra «Colección», publicada por el propio Cervera y que recoge todas las comunicaciones habidas entre los buques de la Escuadra y entre ésta y loas diferentes autoridades), artículos periodísticos y análisis, así como cartas personales que Risco tuvo la oportunidad de copiar para completar su trabajo. Completa la obra con extractos de opiniones formadas y, también, subjetivas de marinos y políticos, así como de eruditos navales como lo fueron Alfred T. Mahan entre otros, confeccionando una pequeña joya histórica.
Risco parte del momento en el que se redacta la orden de zarpar hacia las Antillas y termina con el instante en el que llega la paz y la liberación de los cautivos; y lo hace con una prosa inflamada y pasional que descarga una ira titánica contra los ineptos que no escucharon o no quisieron escuchar a Cervera, sabedor de antemano del triste destino al que conducía a sus hombres, a merced de las víboras que medraban a la sombra de los leones del Congreso y cuyo pasatiempo más distraído era faltar al respeto a los que empeñaban salud y vida en la encomienda. Pena da que la sociedad española viviera engañada ante el verdadero cariz y signo de la guerra, siendo cuidadosamente preparada para el Trafalgar de finales del s. XIX.
Y tanto ardor patriótico dedica Risco a dicha tarea enmendadora que podría ser considerado como la pega que merece nuestra crítica, pues parece hacer desmerecer su labor de síntesis objetiva; pero, como autor coetáneo a los hechos, estaba en su derecho y yo no soy quién para sentirme ridículamente afectado y, mucho menos, calentarme las manos al fuego de la pusilanimidad y lo políticamente correcto de nuestro 2017, lacra que, incluso, llega a hender con fuerza mi corazón.
La obra que firma Alberto Risco está profusamente comentada mediante notas a pie de página que nos derivan a multitud de obras y a unos interesantísimos apéndices. Trata de identificar a todos los que ponen pie en sus páginas, a cada uno de los protagonistas, sin olvidarse de la sufrida marinería (siempre relegada), revolviéndose como gato panza arriba contra los fariseos que restan mérito a las acciones, decisiones y secuelas físicas y psíquicas de los vencidos, pues fueron mejor recibidos en los EEUU que en la propia España.
«La Escuadra del almirante Cervera» es una lectura agradable, ilustrada, nada farragosa, sincera y de herida sin cicatrizar; el autor sintetiza datos sin pretender sentar cátedra, pero sí acusar a los ineptos de gabinete, gracias al cual ahondaremos, pasado casi un siglo desde su publicación, en un periodo de nuestra Historia cuyo único denominador común fue una tristeza casi de leyenda para aquellos que fermentan de estupidez dentro del sistema actual.

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