El año 1525 representa un año de inflexión, o incluso el comienzo de un nuevo orden, en cuestiones que van de lo geopolítico a lo puramente militar. Y no es de extrañar, pues fue la batalla de Pavía la que sentó definitivamente las bases de ese cambio. La victoria imperial cerró de forma rotunda a Francia las puertas de Italia después de décadas de guerras entre la nueva España de los Reyes Católicos y el reino de Francia.
Con la ascensión al trono imperial en 1519, el joven Carlos tuvo que preocuparse también por la estabilidad de los laxos vínculos de los estados imperiales del norte de Italia, lo que aunó los esfuerzos y las sinergias de las dos coronas recién heredadas para poner freno de forma concluyente a las ambiciones del rey de Francia y a las maniobras del Papado.
Antes de Pavía Carlos ejercía un dominio sobre Italia y después de Pavía Italia fue suya, asegurando su posesión para la Monarquía Hispánica durante casi dos siglos. Con el rey francés Francisco I derrotado y prisionero en Madrid y el Papa escarmentado, se aseguraron los territorios propios y se forjaron alianzas duraderas con los estados italianos independientes del norte como Génova, Florencia y Saboya que asegurarían las comunicaciones españolas con Flandes durante más de un siglo a lo largo del Camino Español.
Eso en cuanto a la geopolítica. Pero la batalla de Pavía supuso mucho más, fue el aldabonazo definitivo a un cambio de paradigma en el arte de hacer la guerra. Aunque ya hacía décadas que se venía imponiendo el arma de fuego y en la batalla de Bicoca quedó patente su efectividad, fue Pavía la que sentó definitivamente su imperio en el campo de batalla al aniquilar a un elemento pesado y móvil como la célebre caballería francesa mediante la potencia de fuego de los arcabuces.
Todavía no se había forjado el tercio como unidad de combate de armas combinadas, cosa que ocurriría formalmente diez años más tarde, pero la combinación efectiva de las armas ya existió en Pavía y fue determinante para infligir una victoria aplastante y sin paliativos a la antigua forma tardo medieval de hacer la guerra.
Este número de Desperta Ferro Moderna aborda todas estas aristas que subyacen a la propia batalla y que le dan el sentido que tuvo. De este modo, aborda en su selección de artículos un primer enfoque geopolítico en el que trata la disputa por Milán, verdadera puerta de entrada a la península italiana y nexo de comunicación con las posesiones imperiales transalpinas, y su repercusión en la Lombardía del momento.
Entrando ya en materia aborda el sitio de la ciudad de Pavía como verdadero detonante de una batalla que ninguno de los dos contendientes esperaba, y las acciones posteriores con la célebre carga de la caballería pesada francesa o la salida de Leyva de la ciudad con los arcabuceros españoles, todo ello acompañado de un excelente apartado gráfico.
Un artículo dedicado a las distintas armas ayuda a fijar el entendimiento de las dos formas de hacer la guerra y la imposición de una sobre la otra. Finalmente le dedican unas páginas al cautiverio del rey francés desde el momento de su rendición en la batalla a sus distintas estancias en Italia y en España, y su recepción en la corte española de Madrid, donde observando como jugaban unos niños con espadas de madera en la plaza de la villa musitó: «¡Bendita España que pare y cría a sus hijos armados!»
La tengo y es excelente, como todo lo que hace esta editorial.