EL DOCUMENTO SECRETO QUE CAMBIO EL CURSO DE LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
Este libro le da la razón a aquel famoso adagio que dice que la realidad siempre supera a la ficción. Un servidor se encanta con las alambicadas historias de espionaje de John Le Carré, pero he de decir que, mientras leía el libro de Barbara Tuchmann sobre el episodio del telegrama Zimmermann no podía dar crédito. ¿Quién sino la realidad misma y los intentos desesperados de los alemanes por ganar la Primera Guerra Mundial, podían convocar en una misma historia a la marina japonesa, Pancho Villa, el presidente Wilson, el maquiavélico almirante Reginald Hall, jefe de la Inteligencia Naval británica, los criptógrafos de la Sala 40 –antecedentes de Ultra-, el atildado von Rintelen y un sinfín más de fascinantes personajes?
Y por supuesto, no había nadie capaz de escribir un libro tan sagaz, gracioso, profundamente documentado y extraordinario como esa gran dama de la Historia que era Barbara Tuchmann, a la que los asiduos de Novilis ya conocen por una reseña anterior de la que es su obra más famosa, Los cañones de agosto.Si en esta obra, Tuchmann explicaba con un dramatismos difícil de superar los primeros meses del conflicto de 1914-1918, en El telegrama Zimmermann, nos cuenta la extraordinaria aventura de una conspiración urdida por el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Arthur Zimmermann durante los momentos más duros de la guerra, para convencer al gobierno mexicano de que se aliara a la Alemania de Guillermo II, atacara Estados Unidos y de esta manera obstaculizara el mayor tiempo posible la entrada de este país en guerra al lado de los Aliados. Recompensa: Arizona, Texas, Nuevo Méjico volverian otra vez a ser mejicanos.
Zimmermann envió instrucciones precisas al embajador alemán en México con el fin de que comenzara los contactos con el presidente Carranza, cuyo país se encontraba sumido en una terrible guerra civil y del que hacía muy poco tiempo habían salido las tropas norteamericanas.
Era enero de 1917. Faltaba muy poco para que la Rusia zarista se derrumbara completamente. En Estados Unidos, Wilson se debatía sobre sus convicciones idealistas para conseguir una “paz sin victoria” que ambos bandos pudieran aceptar. Pero el presidente norteamericano parecía ser el único convencido de que la masacre podía acabarse con un poco de buena voluntad, ya que ambos bandos –y prácticamente todos los miembros de su gabinete- se inclinaban por una paz con victoria, naturalmente la suya. Por parte de Zimmermann se trataba de ganar tiempo, pues el Estado Mayor alemán había “quemado todas las naves”, dando órdenes para que se intensificara la guerra submarina “sin restricciones” contra los mercantes neutrales, incluyendo los estadounidenses que enviaban municiones y armas a Gran Bretaña. A pesar de la oposición del canciller Bethmann-Hollwegg, el dueto Hindenburg-Ludendorf, que para ese momento manejaban a su antojo los destinos de Alemania como una verdadera dictadura militar, habían convencido al káiser de que los submarinos conseguirían doblegar a Gran Bretaña en siete meses, obligándola a negociar.
En cuanto a la alianza con México, puede sonar un poco estrafalaria (de hecho, lo era, para qué vamos a engañarnos, y los mejicanos no tenían ninguna intención de meterse en semejante berenjenal), pero los serios y competentes diplomáticos alemanes la veían extraordinariamente factible y de una inteligencia sutil. Por si fuera poco surrealista, Japón también “debía” cambiar de bando y declarar la guerra a los Aliados. No en vano, el káiser consideraba a los japoneses una versión con ojos oblícuos de los prusianos desde que habían derrotado a los rusos en 1904, una carnicería que fue un preludio de las espantosas matanzas de la Gran Guerra. En fin, los japoneses tampoco se pasaron de bando, por supuesto.
En medio de negociaciones, chantajes y rocambolescos hurtos de documentos en los que interviene un grupo de exiliados checos, tanguistas apaches y varias mozas descocadas al servicio de los británicos, transcurre la primera parte del libro, que abarca los años anteriores a la guerra. La guerra secreta incluye todo un rosario de aventureros, conspiradores, emperadores alemanes racistas y golpistas mejicanos a cual más cruel y megalómano. Pese a todo, Tuchmann consigue elaborar retratos certeros y muy bien hilados y neutrales de todos ellos; aún así, quien sea admirador de Guillermo II que no lea el libro, porque el kaíser aparece como un ceporro de altos vuelos cuya idea de la política y de la diplomacia es peor que la de la Reina de Alicia en el País de las Maravillas.
A través del cable telegráfico, pues, el telegrama Zimmerman, en la clave alemana que se considera inexpugnable (al fin y al cabo la ha ideado la compleja mente teutona) cruza el Atlántico. No cuento cómo transmitían los alemanes los mensajes porque es uno de los mejores platos del menú de este libro. Sin embargo, la clave era descifrable, vaya si lo era, y en la Sala 40, el sanctasantórum de los criptógrafos británicos, cuya existencia era desconocida incluso por ministros del Gabinete, se encuentran de pronto con un regalo que hará que Wilson entre en guerra al lado de los Aliados. El almirante Reginald “parpadeante” Hall tendrá que gestionar el descubrimiento del telegrama con sumo cuidado, porque Wilson puede creer que los británicos se lo han inventado (como el famoso telegrama Zinoniev). No será difícil influir en Wilson, porque el desprecio que el Estado Mayor alemán muestra por las más elementales reglas de la diplomacia y la neutralidad hacen que los Estados Unidos declaren la guerra a los Imperios centrales en los primeros meses de 1917. A los alemanes les ha salido el telegrama por la culata. Bueno, nosotros ya sabemos qué paso después, pero qué duda cabe que esas fueron semanas de infarto para todos los implicados. Los alemanes aún cometerían más errores, poniéndoselo más fácil a los partidarios de los Aliados en Estados Unidos y más difícil al bueno de Wilson para mantener su neutralidad.
Libro muy interesante para conocer los manejos diplomáticos de la Gran Guerra, la criptografía y el alcance “mundial” de la contienda. Dan ganas de leer más libros sobre esta guerra que no sólo consistió en trincheras y archiduques despatarrados.
Saludos y buenas lecturas.
ISBN: 9788498677669
Nº Edición:1ª RBA Libros
Año de edición:2010
Plaza edición: BARCELONA
Excelente leiva!!. El título me sonaba un montón, ¿no hay una peli sobre esto?, pero no sabía que era tan interesante.
Perdonar, una vez más se habían bloqueado los comentarios por arte de magia, ya se puede comentar.
Un gran libro, como todos los de esta señora, el ya comentado «Los cañones de Agosto» y hay otro más difícil de encontrar «La torre del orgullo» sobre los años previos a la I G.M. que tampoco tiene desperdicio.
Hola a todos. Efectivamente, la Tuchmann es una gran autora y con un estilo genial. Creo que «Los cañones de Agosto», que publicó Península, esta descatalogado, lo cual es una cafrada. No sé si existe una película sobre el tema, pero desde luego la merece, aunque yo creo que sería difícil explicar toda la historia y, por otra parte, salvo Gene Hackman delgadote, ¿quién iba a hacer de Wilson?
Aquí tenéis el documento en cuestión, el telegrama enviado por Zimmermann en enero de 1917:
http://www.knowledgerush.com/wiki_image/c/ce/Ztel1b.jpg
A ver si alguno es capaz de descifrarlo.
Bueno, yo hice un cursillo de criptografía por correspondencia y he conseguido descifrarlo (hay que tener el libro de claves diplomático alemán de 1917, pero se puede conseguir en el emule). Ahí va:
Proponemos comenzar la guerra submarina sin reservas a partir del primero de febrero. A pesar de lo cual procuraremos mantener la neutralidad de Estados Unidos. En el caso de que así no fuese, le ofrecemos una alianza a México sobre las siguientes bases: estar unidos en la guerra, generosa ayuda económica y la cognición por nuestra parte de que México debe recuperar sus territorios perdidos en Texas, Nuevo México y Arizona. Los detalles concretos quedan en sus manos.
Comunique esta información al presidente (de México) en el máximo secreto en el momento en que exista una certeza con relación a la entrada de Estados Unidos en guerra y añada la sugerencia de que, por su propia iniciativa, invite inmediatamente a Japón a unirse a ellos y al mismo tiempo actúe como intermediario entre Japón y Alemania.
Le ruego llame la atención del presidente sobre el hecho de que el uso sin reservas de los submarinos ofrece la perspectiva de obligar a Inglaterra a firmar la paz en pocos meses. Acuse recibo. Zimmermann.
Chupao
La verdad que es de lo más rocambolesco. Por ahí hay todavía dudas de si el telegrama es verdadero o no. Yo tuve un profesor que mantenía que era una treta de los yankees, al igual que lo del Maine en Cuba e incluso Pearl Harbor. Desde luego si es verdadero, ¿realmente pensaban los alemanes que eso podía funcionar?.
Con la información que da Barbara Tuchmann no se puede deducir que fuera una treta de Wilson para entrar en guerra. Y creo que es una historiadora suficintemente honesta para contar la verdad, en el caso de que hubiera algún documento que indicara que hubo manipulación por parte de los servicios de inteligencia americanos (que, dicho sea de paso, eran bastante rutinarios en la época). Es más, Tuchmann sostiene, como indico en la reseña y como era público y notorio, que el presidente norteamericano no quería entrar pasase lo que pasase. Creo que fueron situaciones completamente diferentes. Tampoco creo que la explosión del Maine o Pearl harbour fueran conspiraciones. Pasó así y los norteamericanos aprovecharon sus oportunidades políticas. Yo desconfío más de las teorías conspiratorias que de las conspiraciones mismas. Y parece que sí que los alemanes confiaron en que sus maniobras funcionarían, o mejor dicho, que los mexicanos aceptarían esta alianza. Alemania mantenía muchos contactos en México y había oficiales alemanes luchando en los diferentes ejércitos mexicanos, con Villa, Zapata, Huerta, etcétera. Baste recordar a aquellos oficiales alemanes de «Grupo Salvaje» que intentan en vano que Mapache (el Indio Fernández, que está que se sale en aquella escena) le ponga el trípode a la Hotchkiss antes de dispararla.
Perdón, he dicho que los espías americanos eran bastante rutinarios, y quería decir que eran bastante primitivos.
Interesante libro sobre la I GM (los que nos gusta este periodo de la historia estamos de enhorabuena), pero como dices al final de tu reseña, dan ganas de leer más libros de la Gran Guerra, el problema, que no están por la labor las editoriales, autores (salvo Inédita, etc.) … por lo menos aquí en España, esperemos que ahora que se acerca el «centenario cumpleaños» en 2014 cambie un poco la cosa.
Volviendo al tema principal, comentaré y efectuaré la siguiente lectura si me permites:
Lo que no pudo el horror, el hundimiento del Lusitania (casi 1200 personas murieron) y otros., lo pudo un simple trozo de papel, un telegrama de la Western Union -descifrado- para que los USA entraran en guerra.
Hay que ver el gobierno de los USA… le importó un pimiento que muriera gente en un principio (sus ciudadanos incluidos) y también le importaba un pimiento ayudar a Gran Bretaña, y otro pimiento más grande, (cuántos pimientos, espero que no repita) el que se matara y sufriera en Europa y otras partes del mundo en una guerra cruel con ‘espectaculos’ como el de las trincheras…
EE.UU. y «su neutralidad», como mínimo era bien frivóla e hipócrita. De entrada tenia beneficios vendiendo armas y otras cosas a los británicos…. Sin embargo, Tejas, Nuevo Méjico y Arizona (hay que recordar que fueron territorios disputados por Méjico, que antes habían sido de España; y de hecho sino recuerdo mal -cito de memoria- Arizona se convertiría en un estado de la Unión en el año 1915, en plena guerra mundial) eso era otra cosa. Lo que le inquietaba en sí, era el hecho de que Alemania se «liara» con Méjico y Japón. En Alemania eran bastante ‘lelos’, de que le servia el ingenio militar superior a cualquier país, salvo armas puntuales, si después la pifiaban en servicios de inteligencia, en comunicaciones… ¿no llegaron a pensar que los británicos tendrían intervenido las líneas de comunicación en el Atlántico?, y si lo pensaron ¿cómo subestimar a los británicos?. El espionaje y la actuación diplomática fue británico mayoritariamente. Los Británicos estaban como unos «zorros o buitres» a la espera o acecho de algo, cuando vieron que Zimmermann el 17 de enero de 1917 enviaba un telegrama; los dos criptógrafos Montgomery y De Grey se pusieron mano a la obra , pero el descifrarlo les llevó su tiempo no fue ‘coser y cantar’ como se dice popularmente. Aquí, los británicos otra vez fueron muy ‘cucos’, si daban a conocer el telegrama alertarían a los alemanes de la vulnerabilidad de las líneas de comunicación. Enviaron a los yankis la versión cifrada del mensaje y una copia del código en alemán. Ellos lo descifrarían (los ingleses se lo dieron ‘mascadito’ a los estadounidenses), Wilson, no mencionaría a los británicos para nada… aún así, se puso en duda la autenticidad, pero Zimmermann confirmó haberlo enviado: «no puedo negarlo… es cierto», dijo. Lo más gracioso, fue lo que dijo Wilson: «La neutralidad ya no es factible ni deseable al estar en juego la paz mundial»; vaya, ¿este señor no sabia que hacia ya unos años que moría gente en las trincheras en una carnicería espantosa y demás lugares en la guerra, (incluido sus compatriotas que morían en barcos de pasajeros o mercantes)? Su país se enriquecia de las ventas y -jugaba con la neutralidad- en una actitud frivóla e hipócrita, se les llenaba la boca con la «neutralidad», claro, pero falsa neutralidad, sino no hubiesen vendido y una simple pistola. ¿No sabía (sabíamos) que la neutralidad y la paz mundial era algo exclusivo de los USA?, ya empezaba en aquella época el ‘imperio emergente’ a dictar ordenes en el mundo… y a jactarse de ser los guardianes de la Paz a nivel mundial. ¡No! éso no es así, me remito a la propia historia… Sí, el telegrama de Zimmermann, creo que nos enseña algo más que el que Alemania perdiera la guerra en la Primera Guerra Mundial.
Muchas veces la diplomacia y el espionaje es enriquecedor…
Por otro lado, de lo que también se comenta. Bueno, habría que ‘meterse’ a criptógrafo’, pero de todos modos hay que tener el libro de claves. Algunas publicaciones junto con el archivo que has puesto muestran ‘la solución’, pero no te explican, por qué se llega a ésa conclusión. Lo que se ha puesto, es lo que dice el texto del telegrama más o menos, pero ¿cuales son las palabras, en que numeros están?. Sirva un pequeño botón de muestra. De las series de números del telegrama de la Western Union, algunos solos son una palabra, sin embargo otros son varias tandas de números para formar una palabra.
Ejemplo:
67893= Méjico, 36477= Tejas, 17553= Nuevo, 67893= Méjico.
5454= AR, 16102= IZ, 15217= ON, 22801= A.
¡Saludos!
Sí, JF, así fue exactamente lo que pasó en los días posteriores al telegrama; todo el embrollo, lo tontos que fueron los alemanes y lo avispados que fueron los británicos, concretamente el almirante Reginald «parpadeante» Hall. Que los alemanes creyeran que podían derrotar al Foreign Office ya indica que estaban majaras perdidos. Yo creo que lo que les tocó la pera a los americanos fue: 1) que los alemanes utilizaran su propia linea telegráfica para intentar conspirar contra ellos; 2) que los alemanes conspiraran desde hacía años en México, que ellos consideraban, naturalmente, parte de su «patio trasero», como Dios (y los Estados Unidos, como diría Huerta) mandan; 3) Que a lo mejor se acababa la guerra o caía Rusia antes que ellos hubieran tomado cualquier decisión al respecto; 4) Que Gran Bretala estaba endeudada con ellos (cinco millones y medio de libras esterlinas les costaba a los ingleses cada día la guerra, que se dice pronto) y a lo mejor no cobraban; y -creo que era la más decisiva, a mi entender- Gran Bretaña era una monarquía parlamentaria con todos los defectos que tú quieras, pero era infinitamente mejor (por lo menos para Occidente) que el káiser. Una vez que tuvo que elegir si enviar tropas a Europa (porque creo que ya había elegido con quién estaba antes) Wilson no se lo pensó. En cuanto a Versalles y sus condiciones, ¿qué creían los alemanes que iban a hacer los vencedores, invitarles al cine? Les quitaron todo lo que tenían que quitarles, pero les dejaron a Hitler, que al parecer ya les bastaba.
Barbara Tuchman es una excelente historiadora-periodista con una excelente y bien documentada prosa. Su libro estrella es el de «los cañones de agosto» que se hizo famoso por haberle dado el premio Pulitzer y por ser el que leía Kennedy en la época de la «crisis de los misiles de Cuba» en 1962. Este es un libro menor y nunca editado en castellano por lo que es bienvenido para los devotos de la autora y de la IGM. Yo les pediría a los de RBA la edición de otro gran libro de la Sra. Tuchman: «un espejo lejano: el calamitoso siglo XIV», editado en castellano e inencontrable en la actualidad.
Curiosamente, precisamente Hitler criticó amargamente a los políticos alemanes que en el otoño de 1918 mantuvieron que los términos del armisticio y la paz subsiguiente serian suaves para los alemanes; precisamente se refería a ellos como «los criminales de noviembre».
Respecto al telegrama Zimmermann, este era un fallo de su misma concepción ( considerar que el Mexico conmovido y debilitado por la revolución era un rival para el potente e industrializado EE.UU era como poco un error de juicio garrafal ) y lo fue aun más cuando fue conocido su contenido. Pero con telegrama o sin el, EE.UU se hubiera unido a los Aliados en algun momento de 1917. Habia otras causas mas profundas qe le inclinaban en esa dirección.
Para entender el aislacionismo norteamericano hay que saber que ésta era la primera vez que intervenían en una guerra europea.
Los americanos como sociedad de aluvión que era no le tenía demasiado «amor» a las sociedades europeas de las que eran originarios ( Rusia, Inglaterra con Irlanda, Francia, Alemania o el Imperio Austro-húngaro); había muchos norteamericanos que no querían para nada morir por unos regímenes señoriales de los que habían tenido que huir por hambre o motivos políticos, había muchos norteamericanos que eran germanófilos y otros aliadófilos por lo que no había una megamayoría vociferante que estuviera a favor de un bando u otro. Además, last but not least, habían causas económicas que favorecían la no intervención ya que cuanto peor le fuera al imperio inglés o al francés mejor le iría al, en ciernes, imperio norteamericano.
El telegrama Zimmerman fue la excusa para declarar una guerra que ya habían declarado los americanos enviando material de guerra a uno de los dos bandos en liza (al bando mas rico y que les podía pagar las mercancías). Los soldados norteamericanos no ganaron la IGM pero hicieron ver a los alemanes, tras el fracaso del ataque de marzo de 1918, que no la podían ganar en ningún caso.
Yo siempre he creído que el telegrama Zimmerman fue una invención de la inteligencia inglesa ya que hay que ser berzotas para pensar que el México de la guerra civil iba a montarle una guerra a la industrial Norteamerica de 1917. Los alemanes eran cuadriculados pero no imbéciles a pesar del Káiser Guillermo.
Yo no creo que fuera una invención. Zimmerman reconoció que había enviado el telegrama, y no lo reconoció años después, sino inmediatamente. Queda por saber si Zimmerman era agente aliado, pero entonces también podríamos decir que Hitler era un agente aiado que favoreció la hegemonía norteamericana a partir de 1945. Tampoco creo que los alemanes fueran o sean o hayan sido en algún momento cuadriculados (ese mito de los alemanes como megaordenados y megaefectivos no tiene relación empírica con la realidad). La colección de personajes más o menos atrabiliarios que usaron los alemanes en México demuestra que puestos a coleccionar frikies inútiles, el Imperio alemán podía competir sin problemas con las demás potencias.
El telegrama era secreto, es decir, los alemanes proponían en secreto que México iniciara conversaciones con Alemania en vistas a algún tipo de alianza que debilitara a Estados Unidos. Pero, como dije en la reseña, y como indicaba el telegrama (que puede leerse en la intervención 6) lo que llevó a Estados Unidos a la guerra era la primera parte del telegrama «proponemos comenzar la guerra submarina sin reservas». Wilson que era (o creía ser, que para el caso es lo mismo) un hombre íntegro y un ejemplo de estadista, encontró pésimo y cicatero el que los alemanes utilizaran la línea de telégrafo que les habían prestado los norteamericanos para intentar conspirar contra ellos. Otra cosa es que, puestos a intervenir, lo hiciera a favor de los Aliados y no se le pasara por la cabeza en ningún momento hacerlo a favor de los Imperios centrales. Pero es que, a pesar de lo que pensara la opinión pública, cuya opinión es al mismo tiempo fácil y difícilmente contabilizable, el Gobierno era completamente aliadófilo o estaba en condiciones de ser convencido para serlo. Así mismo, la clase gobernante procedía en su mayor parte de los WASP, no de Irlanda o Rusia o las autocracias de Europa Oriental, y por tanto consideraba a Inglaterra como su patria de origen, compartía sus gustos, sus inclinaciones políticas y su visión del mundo. Sin embargo, y con todo esto, hay que reconocer que podría haber sido de cualquier otro modo bien diferente, y que los caminos de la Historia son inescrutables.
Hay que recordar que el Káiser alemán anuló la política de «guerra submarina irrestricta» después del hundimiento del Lusitania, o sea el mensaje de Arthur Zimmermann al embajador alemán en Washington, el conde Johann von Bernstoff, daba píe de nuevo a esa accción, no es que fuese algo nuevo. Y en cuanto al por qué Wilson hizo entrar a su país en la guerra, la misma autora, Barbara W. Tuchman en el apartado de «notas de la autora», saluda al autor de la crítica anónima del libro «Russia Leaves the War», de Geroge F. Kennan, que el 4 de enero de 1957 escribió en el «The Times Literary Supplement» de Londres:
«Todavía no sabemos, con la precisión que sería de desear, por qué Wilson tomó la decisión de que Estados Unidos entrase en la Primera Guerra Mundial»
¿Qué motivó a Wilson a tomar ésa acción…?
Todavía en 1957 se ponía en tela de juicio… y, hoy en día sigue dando que pensar; está claro que un simple telegrama no fue el motivo principal, hubo algo más, pues como comenté anteriormente, compatriotas de Wilsón ya llevaban algún tiempo muertos en las profundidades del mar… por una política frivóla e hipócrita, y por qué en un papel se mencionase a Arizona, Nuevo Méjico y Tejas, sin haberse derramado ni una gota de sangre…
El problema de entrada no era Alemania tampoco, pues sino los Estados Unidos hubiese declarado junto a sus «colegas» los británicos la guerra a Alemania en 1914, pero como dije también más arriba los Yankis, pasaban de Gran Bretaña y por supuesto de los problemas de Europa.
El inicio de Estados Unidos en la II GM, es más que comprensible, sin embargo en la I GM, es algo con lo que todavía se puede mas que especular.
Saludos.
Acabo de terminar este libro resultándome ameno en la narración de los hechos, los antecedentes y el trasfondo de los personajes involucrados en esta historia de espías, traiciones, ambiciones y política, que se jugó a tres bandas entre EEUU, Alemania y México. La carambola que buscaba Zimmermann era muy poco realista, y denotaba la ansiedad de la casta militar alemana que veía con pavor la entrada de EEUU en la guerra, lo que terminaría por asfixiar a las Potencias Centrales. Tengo la sensación que los mejicanos nunca creyeron posible recuperar Arizona, Tejas y Nuevo Méjico, metiéndose en una guerra incierta con el poderoso vecino del norte, y más con la inestabilidad de gobierno que imperaba en Méjico en esos años tan turbulentos. En definitiva, un libro excelente y recomendable.
Saludos
Yo creo que Wilson hizo entrar en guerra a los Estados Unidos porque consideraba que era la hora de que su nación ocupara el puesto que iba a quitarle a Gran Bretaña y Francia en el mundo. La intervención americana ya había comenzado en la guerra hispano-norteamericana y continuó imparable en Centroamérica, contra México, etcétera hasta 1917 y a posteriori.
Con Rusia apartada de la guerra (Wilson era tan anticomunista como Lloyd George, Clemenceau o Hindenburg, dictador de facto de Alemania), existía el peligro de que la revolución bolchevique se extendiera a todos los países capitalistas (este «peligro» perduró hasta 1920 y Hitler lo aprovechó hasta la saciedad). Este era el segundo factor decisivo que empujó a Wilson a intervenir.