El rostro de la batalla, John Keegan

El autor comienza con estas palabras: «Nunca he estado en una batalla, ni cerca de una, ni la he escuchado de lejos, tampoco he visto sus consecuencias
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«Pero, ¿hasta que punto es inusual esa ignorancia acerca de la batalla?»

La historia militar habla de las unidades, regimientos, estados mayores, ejércitos, concentración, ofensivas. Los soldados son camaradas, enemigos, bajas, prisioneros, heridos, muertos.
¿Pero qué significa la batalla desde el punto de vista de los soldados que participan en ella, no en grandes movimientos de tropas, sino en un reducido, sucio, ruidoso espacio, en el que muchas veces reina el miedo, más que otro sentimiento?
¿Qué significa la palabra herido?, ¿cuál es su destino?, los prisioneros, ¿son señal de triunfo?, ¿estorban?, ¿que se debe o se puede hacer con ellos?. ¿Cual es la diferencia entre asesinar y matar?

Después de un capítulo introductorio, los siguientes tres están dedicados a tres batallas en especial, separadas. la primera y la segunda por cuatrocientos años y la segunda y la tercera por cien, las tres fueron peleadas en un espacio geográfico muy acotado:  Agincourt (1415), Waterloo (1815) y El Somme (1916). Cada una presenta características propias y particulares, con sus propias dificultades y resultados.

En el capítulo (Segundo) correspondiente a Agincourt, conocida seguramente por la película de Enrique V (Shakespeare) de Kenneth Branagh, se analizan aspectos tales como el campo de batalla y los enfrentamientos, de arqueros contra infanteria y caballería, caballería contra infantería e infantería contra infantería, como se peleaba, las armas usadas, los encuentros personales. Luego, algunos aspectos específicos y controvertidos, como la matanza de los prisioneros franceses y el remate de los heridos sobre el campo, su explicación y su justificación.

El tercer capítulo, que estudia la batalla de Waterloo (tal vez la batalla mas famosa de todas), analiza los aspectos personales, el tipo de enfrentamiento entre las diferentes armas, desmitificando algunos aspectos del combate. ¿Qué causaba las muertes?, las balas de mosquete, la metralla, las balas sólidas, los sables, las lanzas, las bayonetas, ¿pero en que proporción?. ¿Y que sucedía con los heridos?, a comienzos del siglo XIX los sistemas sanitarios ya estaban organizados y se procuraba atender a los heridos de la mejor manera, pero la medicina y la cirugía aún estaban muy lejos de lo que conocemos nosotros.

El libro aporta detalles anecdóticos que ilustran también los puntos de vista personales de algunos participantes, que no vieron, por supuesto, la batalla como un conjunto, sino solo desde el punto en el que les tocó estar.

El cuarto capítulo expone una batalla del tipo masivo, solo los artilleros, 50 mil, casi alcanzan al total de las fuerzas de Wellington en Waterloo, y se dispararon, solo desde el lado británico, un millón doscientos mil granadas.
Como se ve, ahora hay aspectos adicionales, el bombardeo previo. Si en Agincourt los hombres se enfrentaban unos a otros, en Waterloo lo hacían en columnas al paso de carga, en el Somme, los hombres eran aniquilados por un enemigo al que no tenían posibilidad de ver.

También en esta última batalla, la infantería debe enfrentarse a nuevas armas, el alambre de espino y las ametralladoras, las consecuencias fueron espantosas.

Los heridos, si bien la medicina de comienzos del siglo XX estaba ya muy avanzada, la guerra en las trincheras produjo una nueva variedad de heridas de muy alta gravedad. Además, aunque la atención médica hubiese permitido su recuperación, miles de heridos murieron por la imposibilidad de su rescate.

El quinto capítulo contiene conclusiones generales acerca del porqué, aunque las guerras continuan, ya no se ven batallas como las que nos muestra la historia y de que manera han evolucionado los conflictos bélicos. También analiza aspectos más filosóficos, como la inhumanidad de la guerra.

John Keegan es un prestigioso historiador y entre sus obras se encuentran también Historia de la guerra, La máscara del mando y uno reseñado ya, acerca de Normandía 1944.

Un párrafo, en el capítulo de Agincourt:

«El periodo de espera –tres o cuatro horas por lo menos, y tal vez desde las siete a las once de la mañana, debe haber sido muy fastidioso. Dos cronistas mencionan que los soldados en las filas delanteras se sentaron a comer y beber, pasando buenos momentos entre chanzas y reconciliación de viejas querellas entre los franceses. Pero que después lucharon, entre tirones y empujones, por ubicarse en las líneas frontales. Puede conjeturarse que no haya sido tan así, pero de todos modos sería un proceso natural que permite a los más grandes y arrojados ponerse por delante de los más débiles y tímidos. No hay mención de que entre los ingleses sucediera lo mismo, pero siendo realistas y considerando que su línea de batalla era mucho más delgada, debe de haber existido pocos deseos de disputar a otros el lugar de honor entre ellos. Es también improbable que hubiesen podido comer y beber, porque el ejército sufría de escaséz de alimentos desde hacía nueve días y se dice que los arqueros habían subsistido gracias a bayas y nueces en las últimas marchas. La espera, ciertamente para los ingleses, debe haber sido un negocio frío, miserable y sórdido. Había llovido y el terreno estaba recién arado, la temperatura era baja y el ejército estaba sufriendo de diarrea. Puesto que presumiblemente a nadie se le permitiría dejar las filas mientras el ejército se preparaba para la acción, seguramente los enfermos debían aliviarse en el lugar en que estaban. Para muchos hombres de armas, usando mallas de acero en las piernas, aseguradas a su armadura, aún esto puede haberles resultado imposible.»

Editorial: EDICIONES EJÉRCITO
Año de la Edición: 1990
Género: Ensayo
ISBN: 8486806216

13 comentarios en “El rostro de la batalla, John Keegan

  1. Buena reseña Ulises.

    Sí, el autor es un gran historiador no lo pongo en duda, pero como siempre (salvo excepciones) los anglosajones -barren para sus propios intereses- éso es lo que critico del autor y criticaré siempre que vea una obra con esos derroteros… A muy pocos veo con ganas de contar la Historia y no su «anglo-historia», con ésto no digo que los ejemplos que pone, no esten bien elaborados y analizados en su obra.

    Fíjate en los ejemplos del libro:

    Agincourt : fue la mayor victoria inglesa de la Guerra de los Cien Años contra Francia.
    -Aquí le hubiese pedido que trabajara un poco con la Batalla de Tannenberg-.

    Waterloo: la última batalla de las guerras napoleónicas, Napoleón fue derrotado por los ejércitos aliados.
    -Aquí le hubiese puesto a ‘currar’ un poquito con Austerlitz.

    El Somme: Tras sangrientos combates y bajas por ambos lados, se obtuvieron escasas ventajas (fueron inglesa o aliadas). El ejército alemán perdió a muchos de sus mejores hombres y más tarde se retiró a la Línea Hindenburg.
    -Aquí le hubiera pedido que pensase un poco en su análisis en la Batalla de Verdún, que aun siendo parecida a la del Somme, no fue igual; el resultado en Verdún: espantosa contienda de desgaste, todo lo que se consiguió fueron cuantiosas bajas por ambos lados.

    En todos los ejemplos que el autor pone en su obra, Inglaterra sale triunfadora, beneficiada, hasta en el último caso la ‘carnicería del Somme’.

    No me voy por la ‘periferia’ en mi comentario, sino que critico un hecho. El autor se podía haber ‘mojado’ con otras batallas donde Inglaterra fuera la gran perjudicada; igual lo hace en ‘otros libros’, pero en éste a perdido una oportunidad.

    Alguien podrá decir siempre que un autor -escribe o pone lo que le salga de su real gana-, efectivamente, pero los anglosajones (salvo excepciones) en historia, siempre ponen lo mismo… su ‘historia’: vista, contada bajo su punto de vista, bajo su prisma, bajo sus intereses y enseñada bajo esos parámetros…

    Un saludo.

  2. Bueno, quizás JF has llevado al extremo el tema de la anglofobia. Yo también desconfío de la historia tal y como la cuentan los británicos, ya sabemos todos como se las gastan pero quizás y sin haber leído el libro que reseña Ulises, que conste en acta esto, quizás el autor ha pretendido simplemente poner tres ejemplos de batallas que cumplen con los requisitos de lo que quiere mostrar y sobre lo que quiere que reflexionemos. Quizás no lo ha hecho desde el punto de vista ventajista de ser batallas donde los británicos hayan salido mejor parados, quizás es que son batallas que él conoce bien y de las que puede sacar más jugo a lo que está destinado el contenido del libro que es, por lo que deduzco, reflexionar sobre la tragedia personal que supone estar en ese momento tan crítico que es ante una batalla siendo un soldaducho de infantería que igual tiene que arrastrarse por el fango para luego cargar contra una ametralladora, o ser un soldaducho que va caminando al paso en Waterloo mientras del otro lado le disparan con artillería y cargas de fusilería….

  3. Buena reseña. Bueno, los del foro ya conocéis mi preferencia por Keegan, al que considero uno de los historiadores y prosistas militares mejor dotados de la actualidad (el hombre está bastante cascadillo, por cierto). Ya dije que a su lado, Beevor parece un aficionado. Salvo Jeremy Black y Michael Howard no encuentro otro igual en su campo. La calidad de sus análisis, su inteligencia y su ecuanimidad son ejemplares. Basta leer su libro sobre la Primera Guerra Mundial y sus críticas al mariscal de campo Douglas Haig, o lo que ha escrito sobre el contrataque de Mortain en 1944 para darse cuenta de que puede escribir igual de bien sobre alemanes, zulúes, finlandeses o andorranos si hace falta. Todos sus libros son recomendables, y los editores españoles menos poderosos no lo publican por la sencilla razón de que su representante insiste en colarte títulos principales junto con secundarios (como uno sobre la primera guerra del Golfo que ya no tiene demasiado sentido).
    Antonio tiene razón en lo de la elección de las batallas. No tiene nada que ver con ningún sentimiento nacional ni nada parecido. Por eso no ha elegido ni Tannenberg, ni Austerlitz ni el Alcázar de Toledo. El autor ha elegido estas tres batallas porque tienen lugar en la misma región europea, la Picardia-Artois-Flandes. La de Azincourt cabría en un pequeño sector de la ofensiva de Haig en 1916. Una sola división desplegaba más fusiles que hombres el ejército de Enrique V. Las tres batallas fueron victorias de la infantería formada por masas de hombres procedentes de la agricultura y de la clase urbana proletaria. Las tres batallas fueron matanzas insensatas, ante las que los combatientes reaccionaron de acuerdo con la mentalidad de su época (de hecho, los arqueros de Azincourt no eran exactamente «ingleses», sino que obedecían a su rey Enrique, que tampoco era exactamente un inglés; recordemos que quería ser también rey de Francia, de ahí la guerra). El libro se llama El rostro de la batalla por eso: ¿cómo ve el soldado de a pie el combate? ¿Cómo sufre, cómo muere, cómo se da cuenta que ha salido vivo, cómo ve al enemigo?

  4. Bueno, el libro tiene su valor no por las batallas que describe, sino por el análisis que hace de lo que sucede en ellas desde el punto de vista del soldado que las pelea, no desde la perspectiva del que lee después, y que pide mapas para comprenderlas.
    El autor dice que no estuvo jamás en una batalla, pero que ha tenido la oportunidad de conversar con personas que si estuvieron. las personas más cercanas con las que conversó fueron su padre y su suegro, por lo tanto él escribe acerca de lo que le es cercano. Y si es británico escribe naturalmente acerca del punto de vista de sus nacionalidad, la que le será más familiar, la que tendrá fuentes que le son más accesibles y familiares.
    Volvemos al tema recurrente de la importancia relativa, ¿por qué no la Batalla de Tannenberg?, tal vez porque los británicos no estuvieron allí, por lo que los testimonios serán lejanos. Lo mismo es válido para muchas otras batallas. ¿Por qué Waterloo es tan importante?, bueno, lo es para la parte occidental de Europa, pero carece de importancia para los demás. Para los rusos, la Batalla de Borodino fue con mucho más decisiva, pero si no fuera por Tolstoi es poco lo que sabríamos de ella.
    Entonces, no es que el autor haga una apología del soldado británico y sus batallas, sino que escogió lo que le es más sensible.
    Además, al parecer también tiene algo que ver con las escalas, toda la batalla de Azincourt se desarrolló en un espacio que cabe sobrando en Hougoumont, y Waterloo desaparece en el campo de batalla del Somme.
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    Volviendo al libro, lo que para mi resulta interesante es la manera como nos hace conocer los aspectos que no consideramos cuando leemos acerca de las batallas, que para nosotros consisten en grandes movimientos de tropas sobre un mapa.
    Como dice por ahí John Masters:
    El presidente o el Primer Ministro dice: –Destruyan el control de los franceses de Vichy sobre Siria …
    unos doscientos eslabones más abajo en la cadena, el naik Banbahadur Thapa dice a sus siete soldados: «Ataquen».
    ¿Que hay en esos doscientos eslabones?. Por eso puse en la reseña ese párrafo de la batalla de Azincourt, no por la batalla misma, ni porque sean ingleses contra franceses, ni porque los ingleses ganaran, sino para destacar el aspecto humano del soldado que espera entrar en combate, porque ¿que hay más humano y angustioso que la urgente necesidad de aliviar las tripas?
    También son interesantes las observaciones que hace acerca de aspectos del combate de los que tenemos imágenes preformadas, como por ejemplo un encuentro de caballería, muy a menudo descrito como un choque violento entre dos masas compactas de jinetes lanzados al galope (¿30 km/h?) unos contra otros, pero que analizado en forma realista resulta más bien un encuentro a baja velocidad entre confusas agrupaciones de jinetes, puesto que el campo no es llano como un campo de fútbol, sino que está lleno de obstáculos capaces de desordenar a la más derecha línea de jinetes, sin contar con que siempre habrá caballos más rápidos que el del lado.
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    El rostro de la batalla, eso es lo que ve el combatiente, no la ve de lejos, la ve cara a cara, ya sea el infante del siglo XV que intenta descargar su maza sobre el hombre que tiene al frente, el fusilero que, en la esquina del cuadro se apresta a recibir a la caballería, o el soldado que al toque de silbato se lanza al ataque contra una ametralladora.
    El libro no es acerca de tres batallas en especial, solo las usa para estudiar algunos de sus aspectos. Cuando el ayudante de Schlieffen le hace notar sobre el mapa el rio Pregel, Schlieffen le responde con: ‘un insignificante obstáculo, capitán’, claro, un mapa es solo una línea azul sobre el mapa, pero otra cosa es cruzarlo bajo fuego…
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  5. Hacía tiempo que no te veíamos por aquí leiva, me alegro de volver a leerte. Keegan creo que es de los historiadores que «se salvan» y que tiene obras muy ecuanimes, consideradas y sobre todo diferentes.

  6. Vista la ‘dirección’ que van tomando mis comentarios o intervenciones en el tema «anglosajón», sobretodo en pensamientos de algunos. Lo siguiente:

    Me reafirmo en mis comentarios aquí y en otros lugares. Igual se me tilda de «anglofobia», bueno cuan alejado de mis pretensiones. Mis comentarios aquí y en otros sitios como digo son críticos hacia lo inglés y anglosajón en general, criticaré a autores, publicaciones y editoriales que demuestra o demuestran por sus hechos y obras la miopía e incluso prejuicios a todo aquello que no es anglosajón (en particular lo español), y como si los demás no tuviésemos una visión de la historia o documentación de la misma; o intenta enseñar su ‘historia’ o la visión de la historia a imagen y semejanza anglosajona, como he comentado otras veces, intentando hacer cátedra. Por otro lado cuando sea todo lo contrario lo reconoceré y si es menester lo ‘alabaré’, creo que se debe ser justo y no hipócrita. Dicho esto, hay que reconocer que hay mucho pro-británico o anglosajón. En la ‘época francesa’ se le llamaba: «afrancesado» a todo aquél que le ‘ponía Francia’, en el caso presente, el inglés o anglosajón llámenlo Vds. como quieran… Por otro lado es normal el Imperio manda… influyendo muy y mucho en: obras, publicaciones, cultura, etc.
    Ya lo he demostrado en mis comentarios y alguna reseña (eso si con respeto, por si hay duda); bien pues en un futuro en algunas otras reseñas que efectuaré, demostraré ( con el permiso de nuestro Administrador, y si el tiempo no lo impide) como el ‘ingenio’ inglés anglosajón de autores y obras es «patético» con la historia, sobretodo cuando se ven las vergüenzas históricas a estos chicos. Y para que no haya duda, diré que no es ‘ninguna cruzada’ que emprenda (por si alguna cabeza-bien-pensanta…) sino todo lo contrario.
    Soy amante de la libertad (como me imagino todos lo somos), y me encanta y creo en la -neutralidad-; pero lo que no tolero ni tolerare (en este caso) es ninguna imposición o visión histórica anglosajona como si fuese la «panacea».
    ¡Nunca!

    Un saludo.

  7. Solo aclarar a JF, que espero que no se haya molestado, cuando he comentado lo de la anglofobia era para entendernos, un término de uso digamos abierto y sin la menor intención de usarlo como arma arrojadiza, en plan de insulto ni nada de eso.
    Simplemente aclararlo, si te ha molestado te pido mil disculpas.

  8. MUY BUENOS DIAS A TODOS

    LLEVO AÑOS INTENTANDO LEER ESTE LIBRO EN ESPAÑOL, YA QUE MI INGLES NO ES SUFICIENTEMENTE BUENO.

    ALGUNO ME PODRI INDICAR UN SITIO PARA ADQUIRIRLO, YA SEA NUEVO O DE SEGUNDA MANO????

    MUCHAS GRACIAS

    PD: NO OPINO DEL LIBRO YA QUE NO LO HE LEIDO; ESPERARE PARA ESO UNA VEZ QUE LO HAYA LEIDO

  9. Yo estoy leyendo este libro, magnífico y sorprendente, en una edición de Turner que actualiza la primera edición de 1976 y que se puede conseguir sin gran problema en cualquier librería. Esta edición de Turner está editada en 2013, a quien le interese.

  10. Acabo de leer este magnífico libro en la edición revisada de Turner de 21013 y hay que decir varias cosas de él:
    El libro se escribió originalmente en 1974 con la guerra de Vietnam dando sus últimos coletazos pero; pese a ello, es un clásico.
    El libro tiene dos partes diferenciadas: el ensayo teórico sobre historiografía y la estudio de varias batallas ampliamente conocidas que ilustran tres épocas (las armas blancas, las armas de fuego de chispa y las armas de la segunda revolución industrial). Y habla de combates en los que hay soldados ingleses porque es historiador inglés y docente en la academia militar de Sandhurst.
    La tesis del libro es que mas de las escuelas estructuralistas, economicistas, marxistas positivistas o creyentes en la explicación progresista de la historia humana está el soldado de carne y hueso que es el músculo sobre el que pivote la acción militar. El enfoque de Keegan es «humanista» e intenta conocer las motivaciones, las pasiones, las creencias, el fundamento de la coerción o las experiencias de soledad y locura que un combatiente a pie tiene que soportar en la acción de combate.
    Y en la parte final del libro afirma que la creciente tecnificación e industrialización de la batalla y la extensión (en el tiempo y en el espacio) del campo de batalla llevan a la impersonalización del combatiente que no sabe contra quien lucha ni quien le manda. Según Keegan las características de la batalla de la época postindustrial son las siguientes: la impersonalización, la coerción despersonalizada y la crueldad deliberada de las armas que operan desde la distancia inhumana hacen que la guerra sea insoportable para el pobre soldado de a pie que ya no puede ni huir del campo de batalla porque la extensión del mismo es inhumana y hay mas tropas en la retaguardia que en primera línea.
    Un libro clásico que valía la pena reeditar.

  11. Coincido absolutamente con JF en sus comentarios a esta obra. John Keegan, al hablar puntualmente de la orden de Enrique V de asesinar a sus prisioneros franceses tras la batalla de ¿Agincourt? ¿Azincourt?, pierde toda la «ecuanimidad» que otro comentarista le asigna aquí.
    Veamos: «Si Enrique V pudo dar la orden y a la vez escapar de la reprobación (…) fue debido a que el campo de batalla era visto todavía como una especie de tierra de nadie moral». Tal parece que ese todavía persiste hasta hoy en el criterio del propio Keegan, porque poco después añade: «algunos serían liquidados, con determinación incluso; pero su número no puede contarse por millares, ni por centenares siquiera. La matanza, además, fue por un período limitado, porque Enrique ordenó que acabase en cuanto vio que la tercera división abandonaba su formación de ataque (…) Los ingleses se pusieron entonces a recorrer el campo, en busca de botín y prisioneros (…) Naturalmente, muchos franceses [se refiere a los heridos] no fueron retirados del campo, y los que no se desangraron, sucumbirían a los efectos combinados de la conmoción y la congelación durante la noche, cuya temperatura habría descendido a bajo cero. No fue una crueldad gratuita, por lo tanto, cuando a la mañana siguiente, al cruzar el campo, los ingleses remataron a los que seguían con vida. Estaban condenados a morir en cualquier caso». Las canallescas justificaciones de Keegan son MUY representativas de la historiografía británica, cuyos textos, por desgracia, constituyen abrumadora mayoría en las librerías comerciales de Buenos Aires, desde donde escribo.

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