Libro corto, unas 220 páginas pero denso, muy denso y a veces muy duro de leer. Laurence Rees nos muestra lo peor del ser humano en tiempos de guerra, pero no se trata solo de enumerar las atrocidades cometidas por las tropas niponas durante la Segunda Guerra Mundial, quizás para eso harían falta varios volúmenes, sino de ahondar en las raíces culturales y sociales de un pueblo y sus dirigentes para intentar comprender el por qué de sus actos.
Profundizando en el cambio culturar sufrido por Japón a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX, su «occidentalización» y el estudio de la figura de su Emperador por un lado y su semi-apertura con un sistema democrático parcial por otro, se analiza el camino seguido por esta nación en su despertar. Un despertar abrupto que provocó unas ansias de actuar como las potencias occidentales, de querer desear lo que los demás, colonias y territorios, expansión y zonas de influencia internacional. En cuanto se sintieron con fuerzas comenzaron a forzar anexiones territoriales en Corea y Taiwan, se produjo la guerra ruso-japonesa de comienzos del siglo XX y tras la Primera Guerra Mundial varias colonias alemanas pasaron a manos niponas.
Por otro lado, con una sociedad en evolución y occidentalizada, tras el crack de 1929 y la depreseión mundial Japón tuvo que buscar nuevos territorios con nuevas y abundantes materias primas y riquezas. Con ciertos paralelismos con el III Reich, Japón reivindicaba también su «espacio vital», su expansión territorial para poder controlar territorios con materias primas con las que nutrir las necesidades de su pueblo. Esto derivó en la invasión de Manchuria en 1932 y posteriormente en 1937 con la guerra abierta en China.
Y para acceder a la parte del pastel y ser un elemeno fuerte a nivel internacional, para crear un Imperio con el que acceder a esas colonias y a esa política expansiva hacía falta tener un ejército poderoso, bien armado y moderno. A partir de aquí es donde comienza el calvario de la lectura. Un ejército adiestrado en el dolor, en los palos, en la más estricta de las instrucciones:
«…Con el tiempo, comencé a echar algo de menos si, por la noche, no me habían atizado al menos una vez».
Esto es un sencillo pero muy ilustrativo ejemplo de cómo era la instrucción de unos soldados que luego tendrían que gestionar zonas ocupadas. A principios del siglo XX aun se mantenían las formas, por ejemplo, durante la Gran Guerra los japoneses, que lucharon del lado de los británicos, trataron de forma exquisita a sus prisioneros alemanes en las colonias que controlaron como Tsingtao. Sin embargo, conforme pasaron los años y el Imperio se hizo más exigente fue cambiando la forma de adiestramiento de los soldados y como consecuencia las formas de tratar a los prisioneros y población civil por donde pasaban. 1932 y la invasión de Manchuria, 1937 y la guerra con China y por supuesto, 1941 y la entrada en la Segunda Guerra Mundial marcarán el auge de la barbarie y las atrocidades del ejército japonés con sus prisioneros de guerra y la población civil de las zonas ocupadas.
El dolor, la brutalidad, la muerte gratuíta es la norma en la forma de actuar de los japoneses allá por donde pasaban. Y también hay experimentos médicos entre las filas japonesas, usos como disparar a personas para enseñar a otros médicos como extraer las balas sin anestesia es de lo más suave. Así que mejor dejarlo aquí, la parte abrupta mejor obviarla en la reseña. Lo importante es el análisis por el que nos lleva Rees hacia las causas de esta forma de actuar y sus conclusiones finales, muy lúcidas e ilustrativas.
Encuadernación: Tapa dura
ISBN: 9788498920352
Colección: Memoria Crítica
Nº Edición:1ª, Editorial Crítica
Año de edición:2009
Plaza edición: BARCELONA
Libro que me produce sano respeto, en la medida que algo he ido leyendo, siempre incidentalmente, sobre la crueldad japonesa. No en vano, la excelente Shogun, surge como un intento serio de una victima de los japoneses de comprender tanta crueldad, de racionalizarla. Shogun impacta precisamente por ese mundo siempre en delicado equilibrio entre la educación más exquisita y la crueldad más descarnada.
Pero crueldad aceptada siempre, generalmente. Los testimonios de los predicadores americanos sobre Nanking hablan de un ejército sin piedad, sin remordimientos. Toda la ocupación de China es ejemplo de ello.
Un libro necesario sin duda, pero no por eso menos escalofriante.
Es realmente escalofriante. No lo he comentado en la reseña, el libro está construido a base de testimonios, tanto de víctimas como de verdugos y lo que cuentan te pone los pelos de punta. Las justificaciones, «es que me obligaban a hacerlo», «cuando clavas la primera bayoneta sudas, luego te acostumbras y es como matar cerdos», «si usted hubiera estado allí hubiera hecho lo mismo»…..es complicado. A lo que me refería con las conclusiones lúcidas de Rees es que después de haber recorrido Rusia, Alemania y ahora Japón para confeccionar sus distintos libros, al hablar con los veteranos ha podido comprobar como para ciertos temas da igual la localización geográfica o la nacionalidad del personaje, da igual que fuera un oficial de las SS, un comisario político ruso o un soldado del ejército imperial japonés; todos se convierten en un único «ente» con los mismos puntos en común y las mismas atrocidadades a sus espaldas y por supuesto, las mismas justificaciones.
No he leído el libro, pero ya conocía las atrocidades de los japoneses en China. De hecho, todavía hay un comprensible sentimiento de odio por parte de los chinos hacia sus vecinos nipones. Y hay que pensar que, por si aquella pobre gente no tenía bastante con los jponeses, también se libraba al mismo tiempo una guerra gigantesxa entre el Kuomintang y los comunistas. La aportación china a la victoria de la Segunda Guerra Mundial nunca ha sido valorada acertadamente, supongo que porque, inmediatamente se convirtieron en enemigos de los Estados Unidos. Pero se sientan en el Consejo de Seguridad de la ONU precisamente por eso, y Stilwell, Joe Cara Vinagre, apreciaba a sus soldados chinos, valerosos, sufridos y fieles hasta la muerte.
Efectivamente, coincido con la opinión de Javi y del autor en que las atrocidades no fueron cometidas en nombre de ninguna tradición cultural antigua, samurai o lo que fuera, sino de las ansias de sangre del imperialismo fascista japonés. No hay que olvidar que los japoneses eran militaristas y fachas antes que los alemanes, los italianos y los españoles.
Tomo nota del libro. Estos temas son escabrosos y no me gustan demasiado pero hay que enfrentarse a ellos y para tener un conocimiento profundo de lo sucedido hay que estudiar estos temas también.
Lo de China y Japón ciertamente es de los episodios más conocidos por las brutalidades cometidas.
Gran reseña Javi, tuve el libro en la mano el lunes en el Fnac de Zaragoza, y me tiro «pa» atrás por lo brutal de su contenido, con eso no digo que son necesarios este tipo de libros para que el mundo conozca lo bestia que puede llegar a ser el ser humano en determinadas situaciones. A Hierro y Fuego, del cual tenemos reseña de Antonio, es del mismo corte, las atrocidades y torturas cometidas en el edad media, y es que el ser humano a veces parece que no evoluciona. Javi, no se si te ha gustado o te ha dejado mal cuerpo.
Saludos.
A mí ya me has puesto los pelos de punta, aunque ya conocía parte de la historia.
Es curioso por que esa brutalidad y exquisitez siempre ha formado parte de la Cultura japonesa. La violencia forma parte de ella y lo digo a pesar de que todo lo japonés me encanta (salvo este episodio, claro). Por otro lado, considero que el gran salto que hizo el país pasando de un sistema feudal al s. XX en 45 años (mas menos) fue una de las causas, pero también parece que en aquellos momentos históricos, la Oscuridad como tal se cernía sobre todo el mundo. Regímenes totalitarios nacionalistas afloraban por cualquier rincón, odio sin parangón… A pesar de que los japoneses se puedan llevar la palma,quizás un examen más global daría una buena explicación.
Para el estudio de la Historia militar hay que enfrentarse a este tipo de temas. Es un poco diferente por ejemplo a «Doctores del infierno» que editó Tempus hace unos meses. Ese si hay que tener ganas de leerlo y además no aporta nada a nivel histórico, solo las atrocidades de los médicos en los campos.
Éste libro va más allá con un análisis de sus tradiciones socioculturales y el giro en su historia a mediados del siglo XIX. Si a eso le unimos que el autor es Rees pues ya lo tenemos todo. La única pega que es algo caro.
Siempre he pensado que cuanto menos sepamos del mundo, mucho mejor, ya que a poco que indagas te encuentras con atrocidades que te hacen perder un puntito más de humanidad.
Sobre que da igual el bando cuando el ‘ente’ de la crueldad lo llena todo, sólo hay que echar un vistazo a la novela de Sven Hassel ‘Los Panzers de la Muerte’, en donde habla de Nazis Negros (la temible SS) y los Nazis Rojos (los no menos crueles comisarios rusos).
Rees es un guionista de documentales de la BBC y en alguno de ellos saca el tema de los japoneses y su brutalidad en la IIGM. Rees tiene otro libro sobre atrocidades en la IIGM en el que habla del caso japonés (Los verdugos y las víctimas). Cuando ves sus premiados documentales de la BBC te das cuenta de que las entrevistas que utiliza para los documentales los reutiliza en sus libros sobre Auschwitz o el Frente del Este.
Dicho esto, es cierto que la brutalidad japonesa, mas allá de El puente sobre el río Kwai o Bataan, tiene que ver con una pauta cultural propia que aplicaban a su propia gente como se puede ver en la película «japonesa» de Clint Eastwood donde se brutaliza a los propios soldados japoneses para que maten sin remordimiento moral o sentimiento alguno. En Okinawa las autoridades japonesas convencieron a los nativos de que era mejor que se tiraran por los acantilados antes de caer en manos de los «violadores» norteamericanos. Los chinos para los japoneses eran como los eslavos para los alemanes: una raza inferior a la que había que explotar sin ningún miramiento y ocupar su territorio como colonia económica; solo que los japoneses eran mas brutales mientras que los alemanes tenían una estrategia (antieconómica) de aniquilación y llevaron a cabo un verdadero tinglado de muerte.