Caporetto siempre será recordada por Rommel. La batalla en la que un joven oficial del Batallón de Montaña Wurtemberg consiguió tomar una colina y con ella colgarse al cuello el famoso Blue Max. ¿Qué hacía un alemán en el frente italiano? Quizá Rusia tuviera algo que decir. La Primera Guerra Mundial en el frente alpino había supuesto una guerra de desgaste desde el primer momento. Un ejército italiano, de casi 2 millones de soldados, y un debilitado ejército austriaco, que tenía empeñado el grueso de sus tropas en el frente oriental, se desangraban en una batalla de desgaste en una línea de más de 600 km de montaña y alta montaña. En el sector del río Isonzo hubo nada menos que 11 batallas.

La debilidad austriaca era cada vez mayor. Las pérdidas en el frente oriental eran casi inasumibles. Los rusos habían perdido siete millones de soldados para 1917, pero Austria-Hungría también había recibido lo suyo y, si nadie lo remediaba, pronto se quedaría sin reserva de hombres para defender los dos frentes con garantías. Había llamado a filas al 70% de los hombres con edades comprendidas entre los 18 y los 50 años y había perdido ya casi tres millones de hombres entre muertos heridos y mutilados. Había sufrido grandes derrotas en Galitizia y los Balcanes, y en el frente italiano apenas si podían desplegar 300.000 hombres. En semejante inferioridad numérica no podían sino estar a la defensiva.

Por si todo esto fuese poco, falleció el viejo emperador Francisco José a finales de 1916 y subió al trono Carlos I, un cambio que, si ya de por sí es traumático en las estructuras de liderazgo, lo era más aún en las circunstancias que atravesaba la monarquía dual. En 1917, la revolución rusa llegó como un alivio para Austro-Hungría. Se desmoronaba el gigante ruso y con él, el frente más peligroso y más devastador para los ejércitos de Carlos I. Pero la economía seguía asfixiada por el bloqueo naval aliado y los austrohúngaros no tuvieron más remedio que echarse en brazos de su primo prusiano del norte. A cambio del apoyo germano, 100 millones de marcos anuales en recursos económicos y tropas para defender sus fronteras, quedó de facto como una potencia satélite de Alemania y el káiser pasó a ser el generalissimo de todos los ejércitos.

Los austrohúngaros estaban librando la undécima batalla defensiva del Isonzo. Había llegado el momento de atacar. La ofensiva llevaría el nombre en clave de Waffentreue («Lealtad de las armas asegurada») y sería también conocida como Batalla de Caporetto, Batalla de Kobarid y, como no, duodécima Batalla del Isonzo. Habría nuevos gases, como el fosgeno, tropas alemanas al mando del general von Below, tropas de asalto o sturmtruppen, y tropas de montaña como los alpini, o Tiroler Kaiserjäger y Landesschützen. La batalla está servida.

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