Hamlet, príncipe de Dinamarca. Tragedia en cinco actos.
Como algo poco más que una sombra errante, carcomida por el odio y la melancolía que se oculta en recovecos oscuros de un palacio danés, lo vemos a él, a Hamlet. Siempre haciendo duelo ante las cuencas vacías de una calavera, como si en realidad fuera un espejo, mientras recita, incansable, el “ser o no ser…”.
Así es como nos imaginamos al príncipe Hamlet, aunque bien es cierto que entre el famoso monólogo y la descarnada cabeza del bufón Yorick hay un lapso de tiempo casi tan amplio como la obra entera; su dilema es de cuando decide volverse demente de forma fingida, y el encuentro con la muerte de cerca es justo ante la fosa donde reposará su amada Ofelia. Sigue leyendo