El padre de la patria chilena
“El 11 de enero de 1869 entraron los restos del padre de la patria chilena en el puerto de Valparaíso, del que había salido para el exilio en 1823. Cuarenta y seis años había durado su expatriación. Salvas de cañón los reciben, y soldados con banderas y cajas enlutadas le dan escolta cuando desembarcan. Al día siguiente es llevada la urna funeraria a la ciudad de Santiago, en la que entra la carroza tirada por ocho caballos, por el paseo de la Alameda, que él, Bernardo O’Higgins, había trazado y hecho construir cuando regía los destinos de Chile.” (Contraportada)
¿O’Higgins? Así es. En efecto, de ascendencia irlandesa. Y ni más ni menos que el hijo de todo un virrey del Perú. ¡Cuántas vueltas da el mundo! ¿Verdad?
A lo largo del siglo XVII y, sobre manera, del siglo XVIII, numerosas familias irlandesas buscaron refugio en España huyendo del acoso y del abuso de Inglaterra. Unos se dedicaron a las armas, otros al comercio. Unos se quedaron en el Viejo Continente, otros se fueron a hacer “las Américas”. El padre de nuestro personaje, Ambrosio Higgins, optó por el comercio textil y acabó en Lima. Por méritos propios logra alcanzar altos cargos administrativo-militares. A finales de los años setenta, del XVIII, nacerá Bernardo de una relación extramatrimonial con la chillaneja (o chillanense) Isabel Riquelme. En 1796 Don Ambrosio alcanza el cenit y es nombrado Virrey del Perú, tras otorgársele poco antes una baronía. Y ahora que pertenece a la nobleza ya puede firmar como O’Higgins.
Nuestro protagonista no se ve reconocido por su padre pero tampoco repudiado, ya que su formación académica entre Talca, Lima y Londres siempre será financiada en secreto por el progenitor. En la neblinosa urbe del Támesis el joven americano conocerá al profesor de Matemáticas criollo, venezolano y “precursor de la emancipación americana”, Francisco de Miranda, el cual le alumbrará la idea de crear “una nación nueva y soberana”: Chile. Tras pasar bastantes estrecheces decide volver a casa y en Cádiz se entera de que su padre, en el testamento, lo legitima y lo declara heredero y ahora que ya posee fortuna por fin retorna a la todavía patria chica; nos encontramos en el año 1802.
Hasta 1810 Bernardo O’Higgins de Riquelme ejercerá de potente hacendado y ganadero en Concepción (Chile). Y desde entonces participará activamente en la revolución chilena como político y como militar. Las desavenencias políticas internas con el ambicioso patriota José Miguel Carrera y los sucesivos éxitos (El Roble, 1813) y derrotas (Rancagua, 1814) frente a los realistas acabarán llevando a O’Higgins al exilio en territorio rioplatense. En 1817 retornará a Chile comandando la 2ª División del “Ejército de los Andes”, dirigido por su apreciado amigo José de San Martín. Luego vinieron las victorias republicanas de Chacabuco (1817) y Maipú (1818), -con el chasco de Cancha Rayada (1818) entre medias-, su designación como Director Supremo y la consolidación de la independencia de Chile.
Sin embargo las disputas internas entre posturas liberales y conservadoras no cesarán; Don Bernardo, mal asesorado, terminará abrazando estas últimas, lo que más pronto que tarde le acarreará la pérdida de apoyos en la sociedad chilena y su posterior exilio (1823-1842) en un Perú semiindependiente y caótico. Verdaderos malabarismos políticos se vio obligado a realizar para mantenerse al margen durante la guerra entre Chile y la Confederación Peruano-Boliviana (1836-1839). Y al final de su vida cuando las circunstancias políticas se sosegaron y se le permitía volver a Chile, la edad, el corazón y las fatigas existenciales terminaron con su vida en la aristocrática y colonial Lima.