
El cambio económico y el conflicto militar de 1500 a 2000
Con los calores (relativamente benignos este año en que tantas otras catástrofes nos acechan, incluyendo la muerte de la pobre Amy Winehouse) yo pensaba que me vendrían ganas de leer cosas más soft, como ZipiZape o El Código da Vinci Reloaded, pero no, me he puesto con un tochillo de historia y me lo estoy pasando pipa.
Al contrario de lo que parecen creer muchos profanos, nada parece asustar más a un historiador profesional que el compromiso de establecer pautas históricas a partir de hechos pasados. O por decirlo en pocas palabras, que le conviertan en un futurólogo. Generalmente, los historiadores no creen que podemos aprender de la Historia, o que podemos extraer determinadas enseñanzas de los hechos, con sus analogías evidentes: Munich 1938/Iraq 2004; Sarajevo 1914/Sarajevo 1992, etcétera. Los historiadores tienden a dejar eso a los políticos y sus ensoñaciones de café y a menudo consiguen con ello no hacer el ridículo (los políticos, en cambio, las más de las veces consiguen crear algún que otro monstruo ideológico y así nos va, con nuestros templarios noruegos). Como ha dicho Michael Howard en su reseña de este libro (de la que yo mangoneo muchas de las ideas más interesantes con total descaro) “la idea de que podemos aprender de la historia es algo de lo que cualquier historiador profesional suele abjurar”. Es más, los historiadores suelen desconfiar profundamente de los profetas excepcionales, tipo Arnold Toynbee, que surgen de sus propias filas, para establecer grandes ciclos históricos, regularidades y demás. Prefieren hacer hincapié en la singularidad de los acontecimientos, los sistemas de valores completamente distintos de las sociedades del pasado y la necesidad de separar o abandonar las preocupaciones y preguntas actuales antes de estudiar el pasado. La Historia, como disciplina, puede todo lo más, darnos una cierta perspectiva y una dolorosa sensación de que nos equivocamos siempre. Sigue leyendo →