At War’s Summit, Alexander Statiev

The Red Army and the Struggle for the Caucasus Mountains in World War II

Hay dos fechas en la guerra en el Este que, desde las conocí, las he seguido con mucha atención y he divagado mentalmente no pocas veces en torno a ellas. Una es el 13 de noviembre de 1941, la reunión de Halder con los Jefes de Estado Mayor de los Ejércitos implicados en Tifón, la ofensiva alemana sobre Moscú, entre otros. La operación está parada, y allí la gente trata de buscar soluciones. Está más o menos bien documentada (Klink, Reinhardt o Stahel, por ejemplo) y creo que la escena sería un cuadro resumido de lo que estaba pasando en Rusia en aquél momento, la impotencia de los alemanes ante el reto, un hueso demasiado grande para colar por su garganta, de conquistar Moscú. Esta conferencia está tratada de forma muy detenida por mi amigo José Luis en este hilo.

Klaus Reinhardt diría en conclusión sobre ella que “la reanudación de la ofensiva contra Moscú ya no traería consigo una situación estable duradera en el Este (lasting settlement of the situation in the East), sino que más bien sería una cuestión de mejora de la situación operacional”. José Luis, en el post citado encima, arroja dos lúcidas reflexiones: “A mi juicio, la conferencia de Orsha es una clara muestra del reconocimiento del cuerpo de oficiales de EMG con servicio en campaña del fracaso estratégico final de la Operación Barbarroja a finales de octubre-principios de noviembre de 1941…. Pero sobre todo, la conferencia de Orsha muestra el grado de alejamiento que existía entre el Jefe del EMG del OKH y la realidad que embargaba a los comandantes de campo que combatían la campaña”.

La segunda fecha que tengo para mí clavada es la del 8 de septiembre de 1942, en Vinnitsa, Ucrania. Desde ese verano Hitler había establecido allí su cuartel general , el “Werwolf” (lo sería entre el 16 de julio y el 1 de noviembre de 1942). La práctica constatación del fracaso de la operación Azul llevó a Hitler a un enfrentamiento con sus generales, y en especial con quien, quizás, era su consejero militar de más confianza, el Jefe del Departamento de Operaciones de la Wehrmacht en el OKW, el General Alfred Jodl. Los días 7 y 8 de septiembre de 1942 serían testigos del mayor encono de esta disputa. En algún momento de la disputa Hitler “detectó” que Jodl había citado unas palabras suyas de forma errónea. Hitler cortó por lo sano y desde entonces ordenó que a partir de entonces todas las conferencias militares en las que participara el Führer fueran recogidas palabra por palabra mediante un estenógrafo. Entre el 9 y el 16 de septiembre de 1942 se reunieron seis estenógrafos. El 12 de septiembre comenzó el servicio. Acabando la guerra todos los documentos que recogían las conferencias de Hitler con sus generales fueron quemados. Sólo la voluntad y delicadeza de un soldado americano, el sargento George Allen, han permitido que hasta nuestros días haya llegado una pequeña parte de estos valiosísimos documentos. El sargento Allen llegó en mayo del 45 a Berchtesgaden y localizó una pila de ceniza, y de ahí rescató lo que quedaba vivo. Se calcula que es un 1 o 2% del total de folios que conformaban este tesoro, de más de 100.000 con transcripciones. Estos restos son los que más tarde el historiador Helmuth Heiber, y por encargo del Institut für Zeitgeschichte, editó y comentó, y que luego nos llegaron al español con el nombre de “Hitler y sus generales: Las conferencias militares, 1942-1945” (Planeta, 2004).

¿Por qué llegó esta crisis?

NOTA: Para escribir este apartado me he basado en el artículo escrito por Johannes Hürter y Matthias Uhl: «Hitler in Vinnica. Ein neues Dokument zur Krise im September 1942», en VfZ 63 (2015), concretamente en las páginas 581 a 596.

La meta estratégica de la Operación Azul era la conquista de zonas ricas en materias primas, especialmente el petróleo del Cáucaso, con vistas a poder sostener en el tiempo un conflicto con las potencias anglosajonas.

La Directiva nº 41 del 5 de abril de 1942 preveía

Avanzar en dirección a Voronezh

Avanzar al sur hacia el Don

Alcanzar el Volga en torno a Stalingrado.

Una vez destruido el enemigo delante del Don, avanzar hacia el Cáucaso para ocupar los yacimientos petrolíferos.

El OKH, con Halder a la cabeza, apoyó el plan fervientemente. Los conflictos comenzaron cuando se empezó a ver que no se estaba destruyendo a las tropas del Ejército Rojo, y que no se estaba avanzando al paso esperado. Hitler y sus generales comenzaron a tener pareceres distintos acerca de cómo avanzar con la operación. El primero que sufrió las consecuencias fue Fedor von Bock, Comandante en Jefe del Grupo de Ejércitos B, al que Hitler hizo responsable de la lenta marcha de sus ejércitos, y sustituyó el 15 de julio de 1942. Ese mes Hitler cambió su plan de operaciones, mutando del concepto “paso a paso” a buscar dos objetivos de forma simultánea. La Directiva nº 45 del 23 de julio de 1942 cristalizó sus deseos al ordenar que la tercera y cuarta fase de Operación Azul se desarrollaran de forma paralela, y no secuencial como originalmente estaba pensado. El Grupo de Ejércitos Sur se partió en dos: GE A y GE B. El GE A (Operación Edelweiss) recibió la misión de avanzar por la costa del mar Negro hasta llegar a Batumi, tomar Maykop y Armavir, y avanzar más al sureste para hacerse con los puertos de Osetia y desembocar en Bakú, en el Mar Caspio. Al mismo tiempo el GE B tendría que despejar la zona entre el Don y el Volga, ocupar Stalingrado y avanzar hasta Astrakán. Pronto se vio que las exigencias que se le habían impuesto a la Wehrmacht eran inabordables, mucho antes del 20 de noviembre, cuando el 6º Ejército queda cercado en Stalingrado.

Una de las claves para hacerse con el Cáucaso pasó por destruir a las ingentes tropas soviéticas que había pegando a la costa del mar Negro. Y aquí comienza a tener sentido toda esta parrafada, pensada para desembocar en la reseña del libro que nos ocupa. Los alemanes, el GE A,  tenían tres opciones para acabar con esta concentración de tropas:

El Armeegruppe Ruoff, compuesto por el 17º ejército alemán y el 3º rumano, podía avanzar por la misma costa, desde Novorossisk.

El 1º Ejército Panzer (Generaloberst Ewald con kleist) podía avanzar en dirección sur oeste hacia Tuapse desde Maykop.

El XXXIX Cuerpo de Montaña (Gebirgskorps, comandado por el General der Gebirgstruppe Rudolf Konrad) alemán podía avanzar por los pasos de alta montaña del Cáucaso para llegar a Gudauta, en la costa del Mar Negro, más al sureste de Tuapse.

Se pensaba que alcanzando Tuapse y Gudauta, la mayor parte del trabajo para llegar a Batumi, también en la costa del mar Negro, ya estaría hecho. Incluso “no sería difícil llegar a la frontera turca” (las comillas son mías).

Pero el problema fue que a finales de agosto y principios de septiembre las dos primeras opciones de ataque quedaron en suspenso y la tercera se paró en seco.

Simultáneamente el 1º Ejército Panzer se estancó en su avance al sur, hacia los pasos de Osetia, los yacimientos de Maykop estaban destrozados y no se podía extraer petróleo, y en Stalingrado la situación estaba empantanada. La potencia de la Wehrmacht estaba diluida entre tanto frente y tanto problema.

El historiador Johannes Hürter lo expresa así: “En otras palabras, a finales de agosto y principios de septiembre de 1942, hasta el general más optimista tenía que tener claro que la ofensiva en el Cáucaso y, por tanto, el núcleo, la razón de ser de la Operación Azul, había fracasado. Y esta desilusión fue especialmente grande en la persona que había pergeñado el plan y que más esperanzas había puesto en la captura de los yacimientos petrolíferos: Hitler” (Hürter, Ibid, p593).

Hitler pensaba que la causa del desastre había sido el fracaso de los generales del GE A para hacerse con la costa del Mar Negro. El Führer tenía fijado su máximo interés en la captura de Tuapse, por su puerto, estación de tren, y punto final del oleoducto Grozny-Maykop-Tuapse. Cuando según fue avanzando la operación se vio que, en vez de concentrarse las tropas en la captura de Tuapse, avanzaron mucho más al este en dirección Grozny y el XXXXIX Gebirgskorps se hizo con los grandes puertos de montaña más al Sureste de Tuapse, entonces se abrió una nueva posibilidad, que consistía en que el XXXXIX Cuerpo de Montaña apoyase el avance de los alemanes desde Maykop a Tuapse avanzando desde la montaña hacia el mar Negro, en Gudauta. De esta forma cortarían la línea de suministros de los soviéticos en la costa. Ante la ausencia de buenas noticias, Hitler se empeñó en que la 4ª División de Montaña alemana  (perteneciente al XXXXIX Cuerpo de Montaña o Gebirgskorps) bajase desde los puertos de montaña que había capturado hacia la cara sur del macizo caucásico para llegar a Gudauta, acusando entretanto a los generales del GE A y del OKH de no tener claro el centro de gravedad de las operaciones.

La clave del asunto

Después de intentarlo y estudiarlo, el Comandante en Jefe del GE A, el Generalfeldmarschall Wilhelm List mostró su parecer: la operación no se podía realizar ( me refiero a la del XXXXIX Cuerpo de Montaña, que bajase desde los puertos de montaña a la costa , hasta Gudauta). Además solicitó discutir la situación con Alfred Jodl – comenta Hürter que este es un gesto que da a entender el poco poder que ya tenía el OKH. List habría preferido hablar con alguien “más influyente” que el Jefe del Estado Mayor General. Jodl voló el Cuartel General del GE A en Stalino el 7 de septiembre “por orden del Führer”. Hitler esperaba que Jodl metiera en cintura a List. Pero cuál fue la sorpresa de Hitler el mismo 7 por la noche cuando Jodl volvió a Vinnitsa y “no había cumplido con su encargo”, sino que quedó convencido por los argumentos de List y Konrad para que se cancelara el ataque sobre Gudauta y que, en cambio,  el XXXXIX Cuerpo de Montaña apoyase el avance sobre Tuapse (aunque tampoco ponían los generales muchas esperanzas en esta operación).

(Fuente: Hürter, Uhl, «Hitler in Vinnica. Ein neues Dokument zur Krise im September 1942», en VfZ 63 (2015), pag 593

Jodl volvió a Vinnitsa esa misma noche, la del 7 al 8 de septiembre, e informó a Hitler de la reunión. El punto culmen ocurrió cuando Jodl expresó que el Comandante en Jefe del GE A “tan sólo se había ceñido a las órdenes que se le habían dado” (Hürter , p594). Esto provocó un acceso de ira de Hitler. El KTB del OKW lo recogió así: Der Führer ist über diese Stellungnahme des Generals Jodl, die seiner eigenen Auffassung diametral entgegengesetzt ist, schwer verstimmt . El Führer está especialmente enfadado con la postura adoptada por el General Jodl, diametralmente opuesta a la suya. Halder lo recogió así en su diario: Die mangelnden Fortschritte bei H.Gr. A haben den Führer bitter  enttäuscht. Schwere Vorwürfe gegen Führung und Generalität insgesamt. Mission Jodls bei List führt zu [Jodls] Verlangen, das Gebirgskorps nicht weiter vorzutreiben, sondern zurückzunehmen. Hierüber schwerste Verstimmung.  “Los pobres avances del GE A han contrariado mucho al Führer. Ha habido serias recriminaciones contra los mandos y los generales. La reunión de Jodl con List ha acabado con la petición de Jodl de que el Cuerpo de Montaña no avance más y que se retire. Sobre esto, el mayor de los enojos.”

Esto desembocó en un Hitler que se sentía ofendido y que destituyó a List y a Halder. Él mismo asumió la comandancia del GE A y en el lugar de Halder puso a Zeitler. Para sustituir a Jodl se pensó en Walter Warlimont. Pero este enfado, siempre según Hürter, no se limitó a los generales citados, sino que aquí se destapó más claramente la desconfianza que Hitler tenía en sus generales. De ahí que el mismo 8 de septiembre ordenara que se dispusieran los preparativos para comenzar a transcribir las conferencias militares mediante estenógrafos lo antes posible. Escribe Hürter que “en estos días no había general en el OKH o el OKW que pudiera sentirse tranquilo o con el favor del Führer” (p596).

Orhsa el 13 de noviembre de 1941 y Vinnitsa el 7 y 8 de septiembre de 1942 llevan el sello del fracaso de las operaciones Barbarroja y Azul, respectivamente, semanas antes de que los soviéticos lanzasen su contraofensiva en diciembre de 1941 y semanas antes de que cercaran al 6º Ejército en Stalingrado.

He sentido la necesidad de explicar detenidamente esta “explosión” en el seno del generalato alemán simplemente porque cuando he leído el libro de Alexander Statiev, he comprendido diáfanamente por qué el XXXXIX Cuerpo de Montaña alemán, compuesto exclusivamente por unidades de élite sin igual en el mundo en aquella sazón, no podía cumplir la misión que Hitler les encomendaba: bajar la falda sur del macizo caucásico y tomar Gudauta.

El XXXXIX cuerpo de Montaña alemán ascendió por la cara norte del Cáucaso, tomó todos los puertos de montaña importantes y su misión consistía en descender por la cara sur hasta la costa, para situarse a la espalda del 18º Ejército soviético, que defendía la región de Tuapse. Esto, tal y como se ha dicho más arriba, facilitaría el avance del 17º Ejército alemán a lo largo de la costa del Mar Negro. Este libro se centra en el estudio de esas batallas, las que libró el XXXXIX Cuerpo de Montaña alemán para cruzar y llegar hasta la costa. Aunque es un libro, como bien dice el título, sobre el Ejército Rojo, la parte alemana está bastante bien cubierta, al menos la parte netamente militar.

Para poner en contexto el libro, el autor comienza por remontarse a los episodios en los que el Ejército ruso tuvo que combatir en montaña: Suvorov en 1799, una expedición entre Chechenia y Daguestán en 1845 y dos batallas en la Primera Guerra Mundial , una en la frontera turca contra el imperio otomano y otra en los Cárpatos en 1915. Posteriormente se centra en los preparativos del Ejército Rojo en el periodo de entreguerras. Se inició un vasto programa de entrenamiento de la población a través de los clubes de montañismo. Esto generó cientos de personas, que llegado el momento podrían agarrar un arma, con entrenamiento de montaña, que sabían cómo interpretar mapas, navegar con brújula, conocían los rudimentos de los primeros auxilios y sabían vivir de lo que daba el monte. Unido a este barato pero efectivo programa, los teóricos del ejército Rojo desarrollaron una teoría de combate en montaña, al igual que en su momento lo habían hecho otros ejércitos. Sin embargo, el Ejército Rojo no pudo pasar de las puras deliberaciones teóricas a la práctica, ya que justo en el momento en que había una teoría sólida y un corpus humano vasto con conocimientos de montaña, prácticamente todos los oficiales especialistas en combate en montaña soviéticos que habrían promovido el entrenamiento basado en misión o el estudio del equipamiento necesario para el combate en montaña fueron asesinados en las purgas Stalinistas. Y, claro está, los que llegaron a sustituirlos pusieron su empeño en desmarcarse de todo aquel legado que a los anteriores los había llevado al paredón. Todo el esfuerzo que el Ejército Rojo había hecho por educar a gran cantidad de potenciales soldados en el combate de montaña, los manuales de combate en alta montaña, los juegos de guerra desarrollados… todo esto quedó aparcado.

Después de las purgas, el enfoque adoptado por los soviéticos fue el contrario del que adoptaron los alemanes. La Wehrmacht pensó en los soldados de montaña como unidades de élite, unidades especiales: que sean pocos, pero muy bien entrenados para cumplir misiones específicas. Por contra, el Ejército Rojo formó numerosas divisiones de montaña, pero sin dar entrenamiento ni formación alguna a sus soldados.

La tesis principal de este libro es que esta forma de los soviéticos de crear divisiones de montaña no fue una excepción, sino más bien la regla, y que esta aptitud provenía del desprecio general que en el Ejército Rojo se tenía por el profesionalismo.

La campaña de Finlandia de 1940 expuso las serias limitaciones de mando que tenía el Ejército Rojo, en un terreno cubierto de nieve y lleno de árboles. Statiev explica que la guerra de Invierno mostró que incluso si se contaba con el material necesario para equipar divisiones de élite, sólo realizando tests de campo, pruebas reales, se podrían detectar los posibles fallos que tenía este material e implementar posibles soluciones. Y también se mostró que un material excelente en manos de soldados inexpertos no serviría de nada. Y afirma categóricamente: “The lessons of that war can be compressed into one simple conclusion: an army expected to fight on a certain type of terrain must be trained for actions on that terrain and equipped accordingly.” (p 75)

Durante el año que transcurrió entre la invasión de Finlandia y la batalla de Moscú, el Ejército Rojo realizó algunas reformas que aumentaron su rendimiento en combate invernal. Pero Statiev sostiene que el Estado Mayor General no extrapoló todos estos aprendizajes al combate en alta montaña.

Cuando los alemanes llegaron a los pies del norte del Cáucaso se encontraron con prácticamente ninguna resistencia. Y en la segunda quincena de agosto tomaron los principales pasos sin resistencia reseñable. Las tropas rusas estaban al otro lado de la cordillera, cerca de la costa del mar negro, guardando los accesos al mar. A partir de aquí la historia del libro es un conjunto de despropósitos en el Ejército Rojo. Las divisiones de “montaña” (el autor usa las comillas durante todo el libro cuando se refiere a las divisiones de montaña soviéticas, ya que lo único que tenían de montaña era el nombre: así lo especifica al comienzo del libro) y el resto de divisiones del Frente Transcaucásico estuvieron en la retaguardia profunda desde el comienzo de la guerra, y tuvieron mucho tiempo para entrenar a su personal de forma adecuada, aunque desperdiciaron la oportunidad, por varios motivos “ ignorancia, vagancia y estrechez de miras de los comandantes de alto y medio rango del Frente transcaucásico”. Statiev lo resume así: In short, the ability of Soviet ‘mountain’ divisions to operate in the mountains hardly differed from that of regular rifle divisions. (p 91).

Para la defensa del macizo central el 46º Ejército soviético contó con el 3º Cuerpo de Fusileros que, además de la 20º división de “montaña”, contaba con la 394ª División de fusileros (en su mayor parte compuesta por georgianos) y por la 63ª División de caballería, procedente de Tayiquistán. En reserva quedaba la 155ª Brigada de Fusileros. Ninguna de estas formaciones tenía formación alguna de combate en montaña. El autor explica que “por razones desconocidas el 3º Cuerpo de Fusileros decidió mandar a defender los pasos más altos del Cáucaso (algunos a más de 3.000 metros) a divisiones de infantería regular y de caballería, pero desplegaron la 20ª División de Montaña en un terreno más bajo: dos de sus regimientos estaban desplegados en pequeñas elevaciones, uno cerca de Tuapse y otro cerca de Sochi, lugar de vacaciones en el mar negro. … Ninguna de las divisiones destinadas a defender la cordillera del Cáucaso había tenido experiencia previa de combate” (p91).

Las tropas de montaña alemanas se enfrentaron a divisiones de gente muy mayor, nada entusiastas, que habían sido reclutados hacía tan sólo dos o tres meses antes y sin ningún entrenamiento especial. Los resultados obtenidos son imaginables. Los soviéticos no fueron rival para los Gebirgsjäger.

Pero ahora, volviendo a aquellos días, 7 y 8 de septiembre, en que Hitler sufre un ataque de ira, ¿qué es lo que pasó, si las tropas soviéticas no eran rival alguno para los alemanes? Lo que pasó es que las tropas alemanas no tenían rival en la lucha en alta montaña. Pero Gudauta estaba en el mar. En el momento en que los alemanes comenzaron a bajar de altura, se encontraron con un enemigo que los superaba en miles y miles de hombres, con una línea de aprovisionamiento firme y solvente, que les permitía hacer uso de toda su dotación artillera. Los alemanes, por muy élite que fueran, no tenían nada que hacer allí. El estrés logístico que tuvo que suponer transportar un solo proyectil de mortero a través de puertos de montaña de más de 3.000 metros, para luego bajarlo hasta nivel del mar, tuvo que ser atroz. Así pues, esta élite alemana no tuvo rival alguno cuando luchó en alta montaña, pero no tenían ni suficientes efectivos, ni capacidad logística, ni artillera (por no decir que la Luftwaffe brilló por su ausencia), ni vehículos de ninguna índole como para poder conquistar Gudauta. Era una empresa sólo de locos. Y eso es lo que Hitler pretendía, que unos cientos de hombres se enfrentaran, sin artillería ni vehículos de ningún tipo, a miles de soldados soviéticos con toda su dotación esperando su llegada. Y por eso seguramente Jodl se puso de parte de Konrad y List.

Es un trabajo académico muy bien documentado usando fuentes primarias alemanas y rusas. Además el autor da muestra de un profundo conocimiento de las fuentes secundarias (más abundantes por lo que he podido comprobar en ruso que en alemán.) Hay veces que el autor dice OKW cuando creo que debería decir OKH, pero lamentablemente no tomé nota de ellas.

No todos los clichés que circulan en torno a la Segunda Guerra Mundial son infundados ni falsos. El de un Ejército Rojo que deja a un lado la formación y el profesionalismo en favor de la potencia de la cantidad está aquí muy presente.

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